Hace una semana terminaba Crematorio, producción española que no solo ha sorprendido por su calidad y rotundidad, propias de series a las que la audiencia española no está tan acostumbrada como cabe parecer, sino también por las expectativas que abre a otra tipo de televisión en nuestro país. Alejada, obviamente, de los tópicos y las banalidades propias de la comedia typical spanish (la única que parece triunfar entre las masas -ojo, no quiero decir que no sean entretenidas sino que la mayoría carecen de criterios aspiracionales), pero del mismo modo completamente diferente del drama al uso español, amparado en el dramón como necesidad y no como recurso, Crematorio se postula a los ojos del espectador (como un servidor) como una serie de estupenda, perfectamente narrada y que, definitivamente, sabe a poco. Obviamente, como adaptación de una novela (Crematorio de Rafael Chirbes, Anagrama), la miniserie tiene un punto y final bastante claro, pero es inevitable pensar que cómo podría haber seguido la producción, cómo podría continuar el producto transformándose en una serie que, como tantas otras, nos alegran la semana a más de uno.
La pregunta que surge al acabar de ver la serie es, desde mi punto de vista, bastante clara: ¿por qué no hay más series españolas como Crematorio? Pregunta complicada que, también, puede dirimirse en otra cuestión bastante aparente: ¿qué diferencia a Crematorio de otras series españolas? A pesar de que a la cabeza del cartel se encuentren dos grandes caras conocidas de la ficción nacional, como José Sancho o Alicia Borrachero, la producción de Jorge Sánchez-Cabezudo no necesita a iconos típicamente vacíos para ensalzar ni figuras ni producciones que no lo merecen. Bajo una mirada realista, un guión muy claro y de gran calidad, y una fotografía muy cinematográfica (prácticamente despreciada en nuestro país), la cruda verdad de una situación no tan ajena a la que ha vivido nuestro país no necesita de las mismas tramas e historias de siempre, bonitas e insulsas, sino que carga contra todos los tópicos españoles al mostrarnos un panorama de ambigüedades y crudezas que no son para nada tan comunes como deberían. En definitiva, la delicia de una producción que abre unas puertas muy llamativas que quién sabe si alguien se atreverá a cruzar.
Porque está muy claro: si Crematorio ha sido ensalzada por la crítica, no cabe duda del por qué, ¿dónde están las producciones que tendrían que venir detrás? Para hacer grandes series no hace falta mayor presupuesto o mayor ingenio, creatividad o pericia: hace falta echarle ganas y abandonar el conformismo que parece haberse adueñado de la ficción española, donde el éxito se recoge en el número de torsos y pechugas que aparecen por minuto (de los interminables hasta 90 minutos por capítulo, en algunos casos) y no en la calidad de propuestas que puedan sorprender al espectador, que retraten una realidad o una ficción alejada del bombo y platillo de la risa floja, del lenguaje tosco y bonachón y hasta de la vergüenza ajena de algunas producciones. Ya es hora de ponerse las pilas, amigos míos, porque por fin una serie española ha demostrado que otra televisión es posible.
Porque está muy claro: si Crematorio ha sido ensalzada por la crítica, no cabe duda del por qué, ¿dónde están las producciones que tendrían que venir detrás? Para hacer grandes series no hace falta mayor presupuesto o mayor ingenio, creatividad o pericia: hace falta echarle ganas y abandonar el conformismo que parece haberse adueñado de la ficción española, donde el éxito se recoge en el número de torsos y pechugas que aparecen por minuto (de los interminables hasta 90 minutos por capítulo, en algunos casos) y no en la calidad de propuestas que puedan sorprender al espectador, que retraten una realidad o una ficción alejada del bombo y platillo de la risa floja, del lenguaje tosco y bonachón y hasta de la vergüenza ajena de algunas producciones. Ya es hora de ponerse las pilas, amigos míos, porque por fin una serie española ha demostrado que otra televisión es posible.
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