"- ¿Cómo han podido escoger a un hombre como Ronald Reagan para ser presidente? - Porque los americanos amamos a las estrellas de cine por encima de todo."
Esta es la respuesta que recibió el ex-presidente de Francia, François Mitterrand, al preguntar a un norteamericano en una reunión de altos cargos en los años ochenta. Y supone la verdad fundamental para entender la política estadounidense, puro reflejo de la sociedad que ha hecho de la importancia del contenedor por encima del contenido su mayor exportación.
John McCain, senador de Arizona y ex-militar, debía enfrentarse a un hombre que, sin ningún logro anterior en política digno de relevancia, se había convertido en un Mesías para la población, gracias a su intachable habilidad para la oratoria y su infalible carisma. Incomprensiblemente, la deidad de Obama traspasó fronteras, y los mismísimos europeos - reconocidos escépticos después de haber aprendido de una forma muy dura la lección que supone venerar a los gobernantes - se vieron eclipsados por lo que después, una vez más, supuso un espejismo. El héroe de guerra no podía bastarse sólo de sus heridas adquiridas en el pasado -muchas de ellas visibles- para hacerse con el despacho oval. Necesitaba un cambio de juego.
Game Change nos descubre a los ilusionistas de la política. Esos titiriteros, contratados para manejar a sus candidatos -sus marionetas- por el único camino válido en la política contemporánea: la victoria a cualquier precio.
A pesar de la oleada de críticas desde el ala republicana hacia la película, la ficción no es para nada injusta para con los políticos que retrata. No nos muestra a una Sarah Palin (necesitaría otro post para alabar las mil y una virtudes de Julianne Moore en su emulación de la ex-gobernadora de Alaska, así como del increíble trabajo de caracterización) maquiavélica y populista, simplemente nos muestra los efectos que ejerce la fama instantánea y desenfrenada sobre una dedicada, comprometida e idealista política local, todo un referente del éxito en su pequeño mundo, pero con graves carencias para desempeñar el posiblemente segundo puesto de trabajo más influente del planeta. Del mismo modo, un envejecido Ed Harris metido en la piel de McCain nos muestra a un político cauto, desconfiado desde el primer minuto de su compañera de carrera, consciente de que puede ayudarle a ganar las elecciones, pero no a ejercer una mejor gestión política que su predecesor.
Su séquito de asesores tienta a McCain con usar las cartas de la inmoralidad para con su rival demócrata: su raza, su discutida confesión religiosa y su segundo nombre. Aunque, al principio muy reticente, el anciano senador finalmente cede, aunque abandona la táctica de forma immediata al ver la exaltación de racismo que provoca en algunos de sus seguidores.
A pesar de este acto atroz, el conjunto de titiriteros se ve cada vez más agobiado por la conciencia. La pérdida masiva de las elecciones a manos de un político joven e inexperto después de 8 años de gestión republicana supone el castigo para todos aquellos que, aunque titubearon ante la ingenuidad y la incultura de una inestable pueblerina, no efectuaron una retirada a tiempo. Para otros, el castigo fue aún mayor. Su sincero servicio al país por encima del partidismo les impidió votar a favor de una propuesta claramente defectuosa para el electorado, lo que les sumió en un falso sentimiento de traición.
¿Tiene relevancia esta película ahora?
Lejos de lo que pensaron los expertos del momento, Sarah Palin no fue cosa de dos días. Reconvertida en la líder ideológica del movimiento ultraderechista Tea Party, su influencia ha traspasado unas barreras que jamás debieron ser traspasadas. Su carisma y cercanía al pueblo llano la hacen muy útil para mover y entretener a las masas, pero de momento el sentido común de su nuevo entorno la hacen mantenerse alejada de más responsabilidades de cargo público nacional.
En definitiva, gran momento de estreno de este filme, que ha batido récords de audiencia en la HBO, a pocos meses de una nueva elección presidencial.
Obama ya no es una celebridad, y el más que probable rival republicano -Mitt Romney- tendrá esta vez en su baza la carta de la justicia civil. Los mormones, otrora sufridores de la persecución religiosa en Estados Unidos, también pueden hacer historia. Es necesario un nuevo cambio de juego. Esta vez del bando demócrata.
Game Change nos descubre a los ilusionistas de la política. Esos titiriteros, contratados para manejar a sus candidatos -sus marionetas- por el único camino válido en la política contemporánea: la victoria a cualquier precio.
A pesar de la oleada de críticas desde el ala republicana hacia la película, la ficción no es para nada injusta para con los políticos que retrata. No nos muestra a una Sarah Palin (necesitaría otro post para alabar las mil y una virtudes de Julianne Moore en su emulación de la ex-gobernadora de Alaska, así como del increíble trabajo de caracterización) maquiavélica y populista, simplemente nos muestra los efectos que ejerce la fama instantánea y desenfrenada sobre una dedicada, comprometida e idealista política local, todo un referente del éxito en su pequeño mundo, pero con graves carencias para desempeñar el posiblemente segundo puesto de trabajo más influente del planeta. Del mismo modo, un envejecido Ed Harris metido en la piel de McCain nos muestra a un político cauto, desconfiado desde el primer minuto de su compañera de carrera, consciente de que puede ayudarle a ganar las elecciones, pero no a ejercer una mejor gestión política que su predecesor.
Su séquito de asesores tienta a McCain con usar las cartas de la inmoralidad para con su rival demócrata: su raza, su discutida confesión religiosa y su segundo nombre. Aunque, al principio muy reticente, el anciano senador finalmente cede, aunque abandona la táctica de forma immediata al ver la exaltación de racismo que provoca en algunos de sus seguidores.
A pesar de este acto atroz, el conjunto de titiriteros se ve cada vez más agobiado por la conciencia. La pérdida masiva de las elecciones a manos de un político joven e inexperto después de 8 años de gestión republicana supone el castigo para todos aquellos que, aunque titubearon ante la ingenuidad y la incultura de una inestable pueblerina, no efectuaron una retirada a tiempo. Para otros, el castigo fue aún mayor. Su sincero servicio al país por encima del partidismo les impidió votar a favor de una propuesta claramente defectuosa para el electorado, lo que les sumió en un falso sentimiento de traición.
¿Tiene relevancia esta película ahora?
Lejos de lo que pensaron los expertos del momento, Sarah Palin no fue cosa de dos días. Reconvertida en la líder ideológica del movimiento ultraderechista Tea Party, su influencia ha traspasado unas barreras que jamás debieron ser traspasadas. Su carisma y cercanía al pueblo llano la hacen muy útil para mover y entretener a las masas, pero de momento el sentido común de su nuevo entorno la hacen mantenerse alejada de más responsabilidades de cargo público nacional.
En definitiva, gran momento de estreno de este filme, que ha batido récords de audiencia en la HBO, a pocos meses de una nueva elección presidencial.
Obama ya no es una celebridad, y el más que probable rival republicano -Mitt Romney- tendrá esta vez en su baza la carta de la justicia civil. Los mormones, otrora sufridores de la persecución religiosa en Estados Unidos, también pueden hacer historia. Es necesario un nuevo cambio de juego. Esta vez del bando demócrata.
Me encantó la película. Cómo utilizar a un ídolo de masas a pesar de que su única capacidad sea la de actuar bien. Todo el reparto lo hace estupendamente y especialmente me quedo con lo de qué hubiera pasado si hubiera ganado McCain. La ignorancia de Palin da hasta miedo.
ResponderEliminarNo creo que hubiera pasado gran cosa. Lo cierto es que la relevancia real de los vicepresidentes en USA es bastante discreta en comparación a otros cargos sin nombres tan rimbombantes. Además, lo que muy bien defines como "ídolo de masas" se hizo precisamente para contrarrestar el efecto Obama. No sé que es más triste: que una candidata no sepa la diferencia de las guerras de Irak y Afganistán o que el presidente del gobierno que mantiene esas dos guerras en activo reciba un Nobel de la Paz...
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