¿Quién decía que Mad Men no podía sorprendernos más? ¿y quién no ha montado su propio pollo interno, à la Joan, cuando las bases sobre las que estaba cimentada esta sexta temporada han cambiado radicalmente? He aquí lo que opinamos del sexto episodio de la temporada, el cual todavía no tenemos muy claro qué es lo que va a significar para el transcurso de la serie.
Lo he dicho muchas veces: Mad Men gana enteros cuando se centra en el impecable contexto publicitario que de cuando en cuando siempre nos ha traído alguna sorpresa. Los momentos más imponentes de la serie siempre vienen de la mano de las conspiraciones corporativas que hay detrás de los aparentemente impolutos publicistas de Madison Avenue —ejemplos los tenemos a montones, casi siempre en las finales de cada temporada— pero, al fin y al cabo, siempre acaban siendo predecibles.
En esta ocasión, este cambio de rumbo aparece aparentemente de la nada. Y si es así es porque, como vemos desde la primera escena, los personajes han tomado rumbos tan diferentes —su "venta" de la pasada temporada quizás tenga que ver con ello— que cada uno toma la decisión que mejor le conviene. Porque, por muy bien que haya hecho la fusión entre SCDP y Cutler, Gleason & Chaough (CGC), no deja de ser una decisión egoísta que tendrá, con seguridad, consecuencias más negativas que las que pensamos. No deja de ser una decisión de Don Draper, quien ha seguido pensando en él mismo y no en sus socios (el "nosotros" al que se refiere Joan), aun enmascarando de heroicidad sus acciones, y se ha cargado Jaguar por el odio que le tiene al cliente (suponemos que por el asunto de Joan); una ruptura que, por otro lado, podría haberse evitado si Roger hubiera atendido el compromiso (escenaza la furia de Marie por la mujer de Herb) y no hubiera estado actuando por su cuenta (aunque, después de mucho tiempo, con verdaderas buenas intenciones). Vaya joyita que se llevan los de CGC y que aún no tienen ni idea de lo que han hecho.
Pero, siendo sinceros, lo que más nos importa en esta fusión es lo que pase con Peggy. Ted Chaough (tan parecido a Don que sorprende), que admira y respeta a la copywriter, siguiendo su ambición de ser socio de una agencia de primera línea, acepta la propuesta de Draper y, sin quererlo, vuelve a colocar a nuestra heroína bajo las garras de un hombre cuyos sentimientos por ella aún tienen que ser desvelados. ¿Qué pasará con Peggy? ¿volverá a ser una mindundi de la publicidad, tras haber decepcionado a su mentor (Don) y apuñalado a su colega (Rizzo)? ¿volverá a ser tan solo una secretaria, al cargo de las notas de prensa? Sin duda, la decepción que se lleva la joven nos llega al alma y no puedo esperar a ver qué pasará con ella en el próximo episodio.
Pocas menciones merece Pete, que vuelve a dar un paso más en su descenso a los infiernos (la literal caída no es sólo cómica, claramente) y cuyos actos ya no provocan lástima, sino molestia. Obviando que resulta cómico que se encontrase a su suegro en un lupanar y que éste por vergüenza se lleve la cuenta de Clearasil, no hay nada más reprochable que cómo acude a su todavía esposa con esa noticia dispuesto a ridiculizarla y ridiculizarse a sí mismo.
Al final, parece que (como siempre), las palabras de Joan tienen un efecto devastador en Don y que la lección del "nosotros" se le queda grabada a juego. Puede que con este movimiento las aspiraciones profesionales de Don le puedan dar un respiro y sea capaz de centrarse en su propia oscuridad (siempre mientras Megan le deje de dar mambo). Pero tiempo al tiempo, porque quién sabe si toda esta fusión no acaba por ser una verdadera decepción.
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