Venimos escuchando, leyendo y asistiendo durante las últimas semanas a una continua discusión que no es precisamente novedosa ni revolucionaria, pero que por las particularidades de la situación actual ha cobrado más fuerza que nunca: ¿tenemos los españoles lo que nos merecemos televisivamente hablando? O dicho de otra forma: ¿por qué no podemos tener una televisión tan rica y variada como la estadounidense, por poner como ejemplo un claro referente?
Antes de comenzar, sé que con toda probabilidad no sea la persona más adecuada para escribir sobre el tema. No veo otra televisión que no sea la del telediario de la noche, pero no porque crea que no merece la pena, que no tiene la calidad o el interés suficiente. Como cualquier hijo de vecino, he devorado series de televisión españolas desde que tengo uso de razón, pero un día decidí que no me apetecía invertir tres horas de mi vida en ver un episodio demasiado largo para lo que una serie se podía permitir, y que además así evitaba arrancarme los pelos con cada pausa publicitaria. Y sé que no soy el único. Decidí, que, teniendo los medios para diseñar mi "propia parrilla", no iba a desaprovechar esa oportunidad... y aquí estamos. Elegir el cómo, el cuándo y el dónde será polémico, pero me aferraré a ello mientras pueda. Lógicamente.
Las particularidades
Vea televisión o no, esto no significa que crea que la industria española sea mala o peor en términos generales —sí lo sería en muchos términos relativos—. Claramente, es evidente que si forzamos la comparativa con Estados Unidos, podemos concluir que en muchos sentidos televisivos estamos a años luz detrás de ellos y que tardaremos mucho tiempo en desarrollar productos que tengan una grandeza y calado social tan amplio como lo han tenido ciertas series estadounidenses, principalmente por las particularidades de los productos españoles y de la industria televisiva en general:
- En España existe capacidad, talento y creatividad suficientes para crear productos competentes que agraden al gran público, como se ha demostrado. Ahora bien, este talento está supeditado a las maniobras de las cadenas de televisión, que son las que se ocupan de gestionarlo. Obviamente.
- El primetime español es excesivamente largo y al haberse impedido una fragmentación por franjas nos encontramos, por ejemplo, con sitcoms que duran 70 minutos —sin incluir publicidad—. Ya sea drama o comedia, mantener el ritmo de un producto así es realmente complicado, lo que favorece la dispersión de la audiencia.
- El primetime español comienza realmente tarde. Cuestiones prácticas: mañana el episodio de El tiempo entre costuras comienza a las 22:40 y acaba a la 1:00. Más dispersión.
- Las series de las generalistas están destinadas al público mainstream, definido en España por la famosa "señora de Cuenca". Una segmentación lucrativa de momento es inviable, mientras que en Estados Unidos el número de televidentes sí lo permite.
- Esta falta de segmentación fuerza obviamente la coralidad de las series, por un lado; y la caricaturización de los personajes que aparecen en ellas, por otro.
- Las cadenas de pago, que son aquellas que realmente podrían revolucionar el mercado haciendo cosas verdaderamente diferentes —segmentación, libertad creativa, etc.—, no pueden soportar un nivel de producción constante por motivos más que obvios. Recordemos que desde el hito de Crematorio han pasado casi tres años.
- No una cuestión estructural, pero sí cíclica: la crisis obviamente también se ha cebado con las productoras y con los presupuestos que manejan.
- No creo que sea del todo relevante, pero sí es cierto que la historia de la televisión española es mucho más reciente que la estadounidense. Sí me parece un dato a tener en cuenta si hacemos la comparación con Reino Unido, donde la población y los presupuestos por episodio no son tan diferentes.
Sobre algunas de estas particularidades habla perfectamente Víctor González en su último artículo para Gonzoo, en el que comenta los acontecimientos que ha vivido la televisión española en las últimas semanas, como el estreno de Niños Robados o El Tiempo entre Costuras, los cuales parecen habernos recordado que en España hay un potencial enorme; así como las discusiones y debates más recientes sobre el tema —por ejemplo, el coloquio posterior a la emisión del segundo episodio de España en Serie y el debate del BirraSeries, todo ello en el marco del último Festival de Series organizado por Canal+—, donde profesionales de la industria y miembros de la prensa especializada han expuesto claramente sus opiniones y la realidad de la situación actual con mucho atino.
Todos tenemos claro qué tiene de malo la televisión española: de hecho, siete de las ocho particularidades que he ofrecido sobre el medio son, más o menos, negativas. Pero no son irreversibles. Sería tremendamente presuntuoso e incluso estúpido respaldar automáticamente el mito de que las series españolas son malas del mismo modo que alabar las extranjeras por el mero hecho de serlo.
No obstante, a pesar de todo lo malo y de que realmente no podamos contentarnos con lo que tenemos —al menos no del todo— creo que deberíamos estar muy satisfechos de estar viviendo una edad de bronce de las series de televisión española donde, a pesar de los escasos presupuestos, de las exigencias de las cadenas, del diseño de las parrillas y de las excusas del multitarget, todavía hay productos de los que un espectador se pueda sentir orgulloso, y si bien yo no vea televisión como para poder decir lo propio, tanto por vuestros comentarios en las redes sociales como por los datos de audiencia de unas series u otras, esta teoría queda respaldada. Más o menos.
Las cosas buenas
Podría limitar mi exposición a escribir una extensa crítica hacia la industria, pero me sentiría incómodo, engañoso e incluso demagogo. Todos sabemos que el problema de las series españolas no es su calidad; todos sabemos de qué pie cojean... pero me apetecía romper una lanza a favor de ellas, no porque nadie lo haya hecho —hay quienes lo hacen a diario, luchando con presupuestos y calendarios muy apretados— sino porque me parece interesante socialmente hablando que persista en gran parte de la población un rechazo más que obvio hacia ellas, ya sea por parte de aquellos que no las consumen por la razón que sea, como por parte de aquellos que sí lo hacen pero encuentran grandes defectos en ellas. Quiero decir: algo bueno tienen que tener.
Sin duda, la primera nota positiva que se me ocurre es la del realismo, que en el caso de las series españolas es verdaderamente exacerbado en la mayoría de los casos, aunque con peros. En televisión española la mayoría de los personajes son reales, humanos y cotidianos sea cual sea su condición... personajes con los que es sencillo identificarse; personajes corrientes que viven, a menudo, historias corrientes. ¿Se puede hacer televisión sobre ello? Resulta que sí.
No obstante, si bien las series de televisión son o tratan de ser el retrato de la sociedad que vivimos —todo sea dicho, muchas veces "adulterado"—, la televisión española ha tenido en su historia reciente muchos menos prejuicios sobre ciertos temas que el gran referente mundial, el americano. Curiosamente, ayer nos recordaba Diego Cuevas en Jot Down que a pesar de su supuesto adelanto y de que lleva décadas retratando a personajes homosexuales, la televisión en abierto en americana todavía tiene ciertos recelos a mostrar a parejas homosexuales intercambiando gestos de afecto, como demuestra el caso de Mitch y Cam en Modern Family. Si bien Cuevas pasa por alto casos más recientes como el de la privada Kalinda en The Good Wife, es inevitable reconocer que la situación que expone es bien real. No obstante, creo que en España no ha habido tantos inconvenientes, y aunque pueda ser que mi memoria falle, recuerdo a famosos personajes homosexuales como Mauri, Fernando o Bea de Aquí no hay quien viva eran tratados exactamente igual que cualquier otro personaje, muestras de afecto incluidas; lo mismo podría decirse de Maca y Esther en Hospital Central; y también, y afortunadamente, podríamos decir lo mismo muchos personajes que hemos visto en televisión en los últimos años. Como dije, puede ser que la televisión española lleve cierto retraso con respecto a la americana pero, a pesar de todo, entre el primer beso entre una pareja homosexual en una serie estadounidense (L.A. Law) y una española (Al salir de clase) pasaron nueve años; y entre la primera boda gay de Roc (Roseanne se ha llevado el crédito de forma errónea) y la boda de Diana en Siete Vidas pasó poco más de una década. Teniendo en cuenta todo lo posible, creo que es un gran salto... más aún cuando esta boda ocurrió años antes de la legalización de matrimonios del mismo sexo en España, y mucho antes de que Estados Unidos hiciera lo propio.
Como decía, creo que las series españolas en este sentido o intención de retrato social, han tratado de ser más realistas y adecuarse mucho mejor a la situación de la época. Siempre se pone el ejemplo de Anillos de Oro, la serie de 1983 que acompañó a la legislación del divorcio y que tengo más que apuntada para ver en algún momento, y de cómo retrató la situación de la separación conyugal así como otros temas de gran polémica como el adulterio, el aborto o incluso la homosexualidad... tan solo unos años después de la instauración de la democracia en España, tengamos eso en cuenta. Por otro lado, recuerdo perfectamente ver en mi tierna infancia Farmacia de Guardia y que Lourdes y Alfredo estuviesen separados y cómo esto aún todavía me intrigaba a mí y también escandalizaba a algunos, y eso que la situación del divorcio estaba más que normalizada. Y tampoco hay que irse tan lejos: a pesar del tono cómico y de los numerosos estereotipos, la figura de Aída como madre coraje es todo un referente.
Seguro que a vosotros se os ocurren muchos más casos de series españolas que a pesar de sus singularidades también reflejaban una realidad social, sea cual fuere. Lo peor de todo, o así es como lo entiendo yo, es que parece que hasta esto supone un problema para determinados sectores de la sociedad. Recuerdo perfectamente la polémica del programa Zoom de Telemadrid en el que no se cortaron lo mínimo a la hora de decir que las series españolas practican el adoctrinamiento de la audiencia —la paja en el ojo ajeno y la paja mental en general—, en el que se criticaba los fallos de documentación de series históricas ambientadas en la Guerra Civil y en la posguerra, los supuestos mensajes de contenido político de algunas series —aparentemente Física o Química era de color rojo—, y la idiotización y adoctrinamiento que provocan otras. No sé hasta qué punto llevar la discusión, asi que mejor lo dejo como está.
Sea como fuere, además de con el realismo e identificación social, me quedo con una de las pocas ventajas de la falta de segmentación: que hace que las series sean para toda la familia. Si bien puede ser visto con malos ojos, lo cierto es que la práctica de la universalidad de las series españolas ha sentado cátedra y tiene un lado positivo inmensurable. Al contrario que la práctica actual de que cada uno consume su televisión en solitario, las series españolas favorecen la reunión familiar ante la pantalla, el compartir un momento de ocio y favorecer las relaciones familiares sean cuales sean. Es cierto que si, por poner un ejemplo, tienes 25 años y solo te interesan los personajes y las tramas de los personajes de esa edad, pidas a gritos una serie destinada a un público como el tuyo, pero las circunstancias de la industria lo impiden —más o menos, que luego hay excepciones— y la televisión española tiene un talento enorme para poder satisfacer los deseos de todos los espectadores. Sé que es un ejemplo demasiado recurrente, pero pensemos en todos los públicos hacia los que está destinada Cuéntame... o incluso Ana y los 7.
El realismo y la variedad de personajes permiten crear historias cercanas y agradables con las que es fácil identificarse, mantener el interés y crear productos llamativos para todos los públicos. Además, no podemos negar la obvia atracción del espectador que solo busca series cómodas, entretenidas, con las que no tenga que hacer grandes sacrificios... y en castellano, para más inri. Cero complejos.
El pasado y el futuro
Decía Adriana Ugarte recientemente que si hay tantas series de época en la televisión española actual es porque la crisis económica ha forzado que guionistas y escritores viajen a nuestro pasado para recoger las peculiaridades de nuestra forma de vivir que tanto nos particulariza desde siempre. Creo que es una respuesta demasiado abstracta para contentarse con la epidemia de series históricas que estamos viviendo —de hecho, si pienso en los diez últimos estrenos solo recuerdo series de este tipo—, pero me quedo con ella.
Probablemente Ugarte tenga razón. Probablemente nadie quiere oír ni una palabra sobre la realidad social cuando ésta es ahora tan incómoda de narrar. Puede ser que una serie sobre una madre coraje ya no sea tan necesaria porque hay demasiadas madres coraje que podrían contar su propia historia. Puede que una serie en la que en todos los episodios la familia desayuna zumo Zumosol y bolleria Panrico ya no llame tanto la atención porque posiblemente ya no hay tantas familias que hagan lo propio y que por lo tanto contarlo sea innecesario. Quizás sea así o quizás no, pero lo cierto es que determinadas temáticas y estructuras han desaparecido de la televisión por pura obsolescencia. Eso pasa aquí y en todas partes. Entonces, ¿qué es lo siguiente?
Ahora que nos hemos quitado el complejo de televisión maniatada y cateta como demuestran toda variedad de producciones de los últimos años, me gustaría descubrir que las series de televisión toman un rumbo diferente. Cuando se acabe la moda de las series de época —que acabará, como todas las modas—, ¿qué vendrá? ¿Series sobre jóvenes sin trabajo forzados a emigrar? ¿series de policías de las que hace tiempo que no vemos? ¿la copia de alguna moda de Estados Unidos, como la de las brujas?
¿Qué opináis vosotros? No dudéis en dejar vuestra opinión en la sección de comentarios.
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Y antes de decir adiós, pido disculpas por cualquier error que haya podido soltar en esta parrafada. Ha habido mucha investigación y mucha reflexión por mi parte pero, como he dicho, la televisión española no es lo mío.
También agradecer las aportaciones de @tipican, @kintarooeh, @PlanoAmericano2 y @cris_twit
También agradecer las aportaciones de @tipican, @kintarooeh, @PlanoAmericano2 y @cris_twit
Los gozos y las sombras, Fortunata y Jacinta, Cañas y barro, Turno de oficio, Anillos de Oro o, incluso, Verano azul.Grandes series de televisión española cuando no había competencia y la calidad era más importante que los rating, que no debían ni existir. Aunque no nos podemos comparar con EEUU, también tenemos historia en la televisión. Sobre las series actuales no puedo opinar mucho, porque veo muy pocas, pero hay algunas con bastante calidad y muy cuidadas, especialmente las históricas o de época.
ResponderEliminarSiempre intentó dar algunas oportunidades todos los años, la mayoría de veces me decepcionan. Y las que me gustan acabo viéndolas por Internet, ante estos horarios imposibles. Este año veré El tiempo entre costuras, cuyo primer capítulo me pareció muy bueno y Galerías Velvet, porque está producida por Bambú y sus series anteriores tienen mucha calidad.
ResponderEliminarBuen artículo. Un saludo