Aunque todavía habrá que esperar hasta el 5 de enero para que la cuarta temporada de Downton Abbey se estrene en Estados Unidos y comience hacer ruido —no hablemos de España—, lo cierto es que es innegable que la expectación que ha generado la joya más reciente del Imperio televisivo Británico se ha reducido drásticamente con su nueva entrega, aunque la realidad haya sido bien distinta.
Quizás uno de los principales desafíos que ha tenido y tiene que encarar Downton Abbey es el de tratar de romper moldes, una tarea aún más complicada si cabe cuando se trata de un culebrón de época donde, valga la redundancia, la dificultad para liberarse del encorsetado peso de la historia es toda una hazaña. Si bien se puede aplaudir a Downton Abbey por su perspicacia a la hora de tratar ciertos temas, creo que por otro lado es innegable que se ha acomodado plácidamente ante una favorable situación que, a vista de los resultados de audiencia —mantenidos e incluso en crecimiento en su cuarta temporada—, no tiene motivos para cambiar. Ni falta que le hace.
Personalmente, y a pesar de que me ha costado volver a adentrarme en el universo de la serie, especialmente tras un inicio de temporada un tanto flojo, creo que la serie de Julian Fellowes ha conseguido revalidar su posición como ejemplo del buenhacer británico y como pilar de la televisión actual. Downton Abbey nos ha vuelto a traer drama, intriga, romance —aunque menos, por razones obvia— y ese toque de buenrollismo de la relación entre señores y criados que nunca ha sido creíble pero que suaviza y mucho el tono de la serie. Incluso nuestra querida condesa viuda de Grantham, que esta temporada ha estado más comedida que nunca, nos ha levantado una sonrisa con esas sentencias que ya son marca de la casa.
Aunque lamento que algunos personajes hayan sido dejados un poco de lado como los mismos condes —el conde de Grantham poco ha hecho salvo cumplir años y rumiar en contra del interés de su hija por la agricultura—, y que otros hayan sido dejados de lado —¡O'Brien!—, creo también que se ha tratado de conseguir, y con éxito, que ciertos secundarios por fin puedan hacerle sombra a los mismísimos protagonistas.
Por supuesto, Lady Mary sigue siendo y será uno de los pilares, pues Michelle Dockery además ha nacido para interpretar a una viuda muy sufrida. El sufrimiento por la muerte de Matthew y el hecho de quedarse sola con su bebé —al que vemos dos veces contadas pues bien lo cuidan otros criados— nos ofrecen unos cuantos episodios de luto que esta señora de alta alcurnia comparte con su suegra Isobel, lo que nos da una perspectiva muy diferente de la pena y la pérdida que me resulta muy interesante. No obstante, era imposible mantener a Mary en esta posición, y muy sabiamente los guionistas le han querido ofrecer esa chispa de modernidad con esa evolución a Mary-campestre y, por supuesto, los pretendientes de rigor. Queda claro que en el episodio de Navidad se resolverá el triángulo amoroso —al cual le ha faltado un poco de "tensión", todo hay que decirlo"— en el que también están Lord Gillingham y Charles Blake, ambos compañeros y veteranos de la Gran Guerra.
Y si bien el luto le sienta bien a Mary, me ha parecido muy interesante cómo han logrado que Isobel Crawley haya evolucionado tan bien pero tan duramente vistiendo también el negro, y cómo han logrado que saliera de ese pozo primero, con su siempre amiga-archienemiga la condesa viuda; y segundo con Branson, con el que comparte ideario y, cómo no, sufrimiento. El pobre Tom, todo sea dicho, ha pasado toda la temporada como referente de que había algo que no encajaba en los comedores de los Crawley —así se ha puesto tonelete, pobre— pero parece que será capaz de encontrar de nuevo el amor; si bien, lo siento, me es irrelevante.
Por supuesto, otras notas de drama y modernismo del que hablaba antes lo han ofrecido primero Edith con su embarazo no previsto y su negativa a abortar al bebé que ha engendrado con Gregson, desaparecido sin dejar rastro y que nos deja otra nota pendiente para el Especial de Navidad. Y, si bien menos llamativo, el noviazgo interracial entre Rose y Jack Ross, en el que malmete la siempre sabia Lady Mary, y se lo agradecemos. De tirar por ahí sería una trama más que perdida —Rose está de adorno, asumámoslo—.
En el piso de abajo, cómo no, las cosas se centran en la pareja en la que Inglaterra tiene más interés después los duques de Cambridge, Anna y Bates. La pareja ya lo había dado todo, había logrado ser feliz y seguir adelante, pero las normas del culebrón necesitaban un conflicto y vaya si lo han encontrado. Un mensaje de aviso antes del episodio y numerosas quejas por parte del público más tarde, Anna es víctima de una violación y después, para evitar que su marido haga algo de lo que se pueda arrepentir, conspira con Lady Mary y con la señora Hughes para encubrirlo; pero el agresor y criado de Lord Gillingham muere en sospechosas circunstancias y la duda que nos corroe a nosotros y a Anna es si Bates ha sido capaz de tomarse la justicia por su mano —algo tenía que hacer después de una temporada dedicada a poner cara de preocupación—. Y otra incógnita se suma así al episodio navideño.
De los demás criados, poco más me parece destacable. La historia de Molesley me parece innecesaria y la pobre Daisy sigue sin encontrar novio, ahí estamos. No obstante, el rollito entre Barrow y Baxter, su pasado secreto, y cómo el criado la tiene en sus redes promete y mucho. Y otro misterio para Navidad.
Sin duda, el Especial cuenta con grandes expectativas —y con Paul Giamatti—, renovadas a pesar de que la cuarta temporada haya pasado un poco desapercibida entre los críticos. No recuerdo tantos conflictos que en esta serie hayan esperado tanto tiempo para eclosionar, y mucho menos en el mismo tiempo. Esperemos que esta Navidad no nos guarden una sorpresa tan desagradable como en el año anterior, pero sí podemos pedir que se luzcan, que aprovechen los activos que tienen y que nos den esa dosis de culebrón de alta factura que tanto necesitamos.
Porque para esto vemos Downton Abbey, ¿no?
Me ha encantado, los dialogos, los personajes, la escenografía, el vestuario, los actores, todo impecable. Las tramas de Anna, Mary, Mrs. Hughes y Edith han sido sin duda las mejores, ojalá los premos por fin se fijen en Laura Carmichal y Phyllis Logan, lo merecen. Violet e Isobel divertidas y entrañables, la únca trama un poco floja ha sido el cuadrado amoroso, pero la despedida de Daisy y Alfred y la última escena de Daisy y Mrs. Patmore han sido hermosas y emocionantes. Para mi de lo que llevamos de temporada televísiva es la mejor serie junto con Beaking Bad y The Good Wife.
ResponderEliminarPara mi ha sido la temporada más floja, era obvio que después de la muerte de Matthew las cosas se pondrias complicadas para los guionistas, pero la historia de la temporada no termino por converserme. s
ResponderEliminarHistoria excelente, producción formidable y personajes entrañables. Honestamente, mi serie favorita.
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