Filosofía seriéfila (XXV): Érase una vez una serie demasiado buena

Muchas veces me pregunto qué hubiera pasado si hubiera comenzado a ver Breaking Bad cuando todo el mundo lo hizo. Seguramente, me hubiera sentido acosado. Hubo un momento, especialmente desde el comienzo de su quinta temporada, en el que todo lo que se podía leer sobre series de televisión tenía como epicentro la serie de AMC y, al mismo tiempo que se podían cantar sus alabanzas, numerosas voces acusaban a los coros celestiales de ser demasiado cargantes. Y con razón.

Todas las temporadas nacen series que no solo surgen para triunfar sino que, por decirlo de alguna forma, también sirven como punto de reunión para todos aquellos que vivimos con ellas. Series que están en boca de todos, en todas partes, a todas horas. Son series buenas. Series demasiado buenas como para mirar hacia otro lado. Y hoy en día, donde parece ser que para considerarse buen seriéfilo tienes que verlo todo —lo cual ya dije que me parecía un error—, no seguir sus pasos roza lo pecaminoso. No tiene nada que ver con modas, tiene que ver con la percepción en torno a estas series, con una especie de valoración masiva recubierta de objetividad. Si una serie es tan buena, ¿cómo no vas a verla?

Quizás suene cínico, pues en parte lo es, pero también es cierto que durante los últimos meses he desarrollado una conducta de consumo un tanto peculiar y realmente me resulta incómodo que algo que ha nacido para entretenerme —bueno, a mí no, sino a quien paga por ello— se haya convertido en una obligación. En mi opinión, el consumo actual televisivo y el perfil del consumidor que se ha formado en torno a él, están sufriendo una quijotización realmente prodigiosa. Como ese libro que a todos nos obligan a leer en secundaria, no encuentro tanto placer en consumir algo por una simple "imposición" social, por muy bueno que sea; eso no tendría sentido. Por otro lado, también se debe a que, como todo, por muy bueno que sea algo no significa que sea para todos... aunque, de nuevo, parezca que así sea y por ello deba ser prodigado.

Dejando mis preferencias a un lado, es innegable que a hay ciertas series que cumplen —o cumplían— estas características. Series que entran por los ojos. Series que acarrean un hype, en ocasiones, repulsivo. Series que parecen gritar "¡Mírame, mírame!". Ocurrió con Breaking Bad, sigue ocurriendo con The Good Wife o Game of Thrones, ocurrió con The Walking Dead —para lo que ha quedado—, ocurrió con Lost... e imagino que sucedería mucho antes, aunque imagino que el hecho de no estar continuamente bombardeado por ellas en las redes sociales suavizó y mucho el ruido. Digo yo. En definitiva, se trata de series que, independiente de su temática, su fuente o incluso su éxito, perciben un estatus superior socialmente aceptado, que es razonable pero que puede llegar a ser inaceptable.

El último caso, quizás el más doloroso hasta el momento, es True Detective. HBO, estrellas en el reparto y una producción excelente —porque lo es, no lo voy a negar— son sus principales atractivos, y no son los únicos. Desde su estreno hace unas semanas, esta serie policíaca se ha convertido en el must see de la seriefilia, y parece imposible encontrarle pegas. Salvo una: que es demasiado buena, con todo lo que ello conlleva y que he comentado hace unos instantes. Tan buena que el simple hecho de sentarme ante la pantalla y ser incapaz de disfrutarla con total plenitud consigue realmente revolverme por dentro. Simplemente, no encaja. ¿Tiene algo que ver esta total falta de conexión con el hecho de que se haya convertido en el ojito derecho de la crítica? ¿que sea el nuevo amor de los seriéfilos y que no hablen de otra cosa? ¿o es que tengo algún problema mental sacado de la manga como el protagonista de la serie? Sea como fuere, por muchos planos secuencias espectaculares que nos enseñe, mi reacción actual ante True Detective es similar a la de la chica de La Gran Familia Española en los Goya. He pensado en dejarla para otro momento —al fin y al cabo, y como sucede siempre, si te enganchas, te enganchas—, o no volver a verla. Pero claro, ¿qué sería de mi reputación?

Llamadme loco, pero sé que hay muchos como yo leyendo estas palabras. Quizás no os suceda con True Detective, pero seguro que hay alguna otra cuya simple mención os crispa los nervios porque no paráis de oir hablar de ella. Y es normal: algo tan bueno no debería ser tan insistente.

* Nota: antes de que alguien lo diga, esto no tiene nada que ver con ser hipster o no; no tengo barba. Lo digo para evitar discusiones innecesarias. Quien avisa no es un Frey.