El agridulce final de How I Met Your Mother

Al contrario que muchos compañeros, no tengo fuerzas para defender el final de How I Met Your Mother, y ni siquiera voy a poner mucho empeño en intentarlo. Bastante difícil ya es tratar de no sucumbir a los sentimientos encontrados con los que me topé sin quererlo mientras veía el final de la serie, a pesar de que todo o casi todo lo que nos contaron era bastante previsible si atendíamos a las teorías acerca del final que circulaban por la Red, así como la lógica. Sea como fuere, esta es mi opinión acerca de este final y, cómo no, va plagada de spoilers.

Anoche, mientras trataba de conciliar el sueño anoche tras ver todo esto, me vino a la cabeza el momento en el que How I Met Your Mother demostró por primera vez (con mayúsculas), que era más que una sitcom y que se podía permitir coquetear con el drama para desarrollar a sus personajes (más complicado en una comedia y, mucho más, con una historia tan larga como la de ésta) cuando le viniera en gana. Desde la sexta temporada y la muerte del padre de Marshall, el cambio de registro fue el plato de cada día de la serie y, personalmente, acostumbrarse a esto no ha sido nada fácil. 

Principalmente porque, y creo ha sido uno de sus mayores defectos, sus cabeceos dramáticos (la mayoría) no siempre han estado justificados. O, al menos, no lo han estado hasta el episodio de anoche, donde gran parte de esos dramas han encajado para decir adiós con la intención de dejar huella y de dividir a su audiencia, como no podía ser de otra forma.

A nivel narrativo, me ha parecido un final bastante acertado, que mantiene una tensión irremediablemente autoimpuesta y que ha buscado satisfacer al espectador en lo justo y necesario, ofreciendo esos retales del futuro que simbolizan signos inequívocos de cierre para estos personajes. No obstante, y a pesar de ello, no es un final de respuestas porque no ha sido una serie de preguntas, salvo solo una. Y el hecho de que la única incógnita que necesitábamos responder (que se ha hecho durante toda la novena temporada) haya sido cruelmente defenestrada bajo la justificación del avance narrativo a expensas del momentum dramático ha sido, sin duda, un jarro de agua fría que ningún paraguas amarillo hubiera podido evitar.

En nueve años, la gran pelea del espectador con How I Met Your Mother ha sido la de entender que Ted y Robin nunca iban a acabar juntos, una lucha que sin ir más lejos todavía seguía vigente la semana pasada. Son incontables las ocasiones en la que la cuestión de Ted y Robin ha aparecido en pantalla, e incontables del mismo modo las veces que la misma ha sido echada por tierra. Y, aunque en el fondo de mi ser me alegre de que, tras muchos años, ambos acaben juntos, no puedo evitar sentirme molesto, estafado y furioso. No por el hecho de la jugada que se han marcado los creadores, Carter y Bays (al fin y al cabo, han sido realmente listos), sino por ese personaje que hemos esperado durante años y que fue creado para ser amado: la Madre.

¿Puede haber algo más ruin que crear un personaje perfecto cuyo principal propósito sea convertirse en un macguffin? Una cosa es que la Madre, como concepto, fuera tal cosa. Otra, muy diferente, es que una vez fuera presentada Tracy (que así se llama la moza), la criatura más adorable que ha pasado por la serie y que ha sido diseñada específicamente como pieza de puzzle perfecta, se mantuviera como ese elemento de suspense. Que haya tenido que morir para que hubiera un final, como si los guionistas no se hubieran esforzado para que, en un puñado de episodios, la Madre formara parte de la serie tanto como los demás. Como si nos fuera a dar igual, mientras Ted y la tía Robin acabaran juntos. Como si, citando a Lisa Simpson, no hubiera otra salida posible.

A medida que los años iban pasando en esta historia, la sensación de que el desenlace no sería ni feliz ni universal aumentaba por momentos. A ningún personaje se le permite un final totalmente feliz, sino inequívocamente agridulce. Ni siquiera Lily y Marshall, una triste por haber perdido a sus amigos y otro, aún más, porque no está contento en su trabajo (salvo al final, finalísimo). Ni siquiera el consuelo del previsible divorcio de Robin y Barney me pareció satisfactorio, pues por mucho que ese final de Barney con su hija sea muy emotivo, no deja de ser también muy triste. Ni siquiera, ya que estamos, me consuela del todo que Robin, dedicada a su trabajo y más sola que la una, y Ted, viudo, acaben juntos aunque estuvieran hechos el uno para el otro. Las piezas, a estas alturas, simplemente no me encajan. Pero supongo que esa es la gracia del final de How I Met Your Mother: que la vida no es siempre una comedia, que no siempre tendremos lo que deseamos o merecemos, pero que siempre habrá un motivo para sonreír.

Un final planeado desde los inicios. Un final que no ha contentado a todo el mundo. Un final que, a título de despedida y cierre, es acertado. Personalmente, prefiero quedarme con el desarrollo de la serie, con sus historias, sus bromas, su humor. Su recuerdo. Challenge accepted.