Selina Meyer es genial. Julia Louis-Dreyfus, más. Y Veep, a secas, es la bomba. Pero si somos realistas, lo cierto es que su tercera entrega, que concluía la semana pasada en HBO, ha sido un chiste en sí misma. Una serie que ha encontrado su lugar como gran competidora en las entregas de premios (dio la campanada el año pasado por esa razón) tiene que darlo todo de cara a mantener el interés y la visibilidad, y sin duda a Veep se ha esforzado para elaborar y ofrecer esos "momentos" que tanto gustan a los que dan los premios. Quizás demasiado.
La tercera temporada de Veep (por cierto, a la baja en audiencias) nos ha contado la campaña de Selina Meyer para convertirse en Presidenta de los Estados Unidos, una hazaña que el espectador se tomará como una broma porque a estas alturas conocemos demasiado bien cómo funcionan las cosas en los despachos de la Meyer: simplemente no lo hacen. Su campaña, previsiblemente, ha sido un juego bastante entretenido en el que hemos visto cómo nuestros personajes se dedicaban a meter la pata y a tratar de arreglar sus propias cagadas de la única forma que saben: a medias.
¿Y qué tiene que hacer Selina para ganar? Lamer culos, dibujar una sonrisa en su cara y tratar de conseguir que la mierda no le salpique demasiado. Mientras se pasea por su país estrechando manos y fingiendo el más mínimo interés por los votantes (es decir, el perfecto retrato del político), sus meteduras de pata se multiplican exponencialmente a medida que su equipo hace esfuerzos por ganar puntos en la campaña. Y así se repite el juego, una y otra vez. A veces con resultados tronchantes. Otras, las que menos, totalmente indiferentes.
Es en estos remiendos donde se ha visto claramente la intención de los productores de sacarle todo el jugo posible a la comedia, buscar el impacto y tratar de generar algo de ruido. Difícil, más todavía, cuando hablamos de una serie que ya ha perdido su frescura (ni siquiera este juego "presidencial" ha conseguido aportar algo nuevo). No obstante, sus señas de identidad se mantienen intactas: sus personajes incompetentes, ambiciosos y muy malhablados se mantienen tan fuertes como el primer día. Eso sí se agradece. La premisa de "cuanto más bruto, mejor", se ha mantenido en todo momento, y estoy seguro que con un segundo visionado ganaría enteros.
Tal vez no le haya prestado la atención necesaria, pero lo cierto es que no he encontrado grandes momentos memorables en esta tercera temporada de Veep (salvo el escenón del baño en el último episodio). Sí, los one-liners siguen siendo tan mordaces y brutos como el primer día, pero quizás el conjunto hubiera sido más positivo si no se hubieran esforzado tanto diseñar una serie tan "premiable".
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