La mayor sorpresa, en lo que a nuevas series se refiere, la he tenido con Bloodline esta temporada. El nuevo producto de Netflix, cuyas propuestas empiezan a colocarse entre mis ‘must-see’ (por detrás, eso sí, de HBO, de la que veo (casi) todo), ha sido un fascinante descubrimiento. Para una espectadora, como yo, amante de los shows que bucean en la naturaleza de los personajes, en las motivaciones que les llevan a tomar ciertas drásticas o poco ortodoxas decisiones, Bloodline ha sido un placer nada culpable. Igual que meses antes lo fue The Affair u Olive Kitteridge.
Por otro lado, Bloodline ha venido a confirmarme a Kyle Chandler como un notabilísimo actor y a su némesis en la pantalla, Ben Mendelsohn, como un sublime intérprete lleno de matices que tendría bien merecido llevarse un premio en los próximos Emmy o Globos de Oro. Por cierto, su presencia en la ópera prima de Ryan Gosling Lost River es todo un reclamo para ver una cinta que los críticos despedazaron sin piedad en el último festival de Cannes. Por cierto, que en esta película también aparece otra actriz catódica como es Christina Hendricks, la gran Joan de Mad Men.
Volviendo a Bloodline, los temas que maneja esta serie son sugerentes: la lealtad familiar, la traición, la culpa, la violencia doméstica, la expiación de los pecados, las mentiras, el rencor…
‘No somos malas personas, pero hicimos algo malo’, vaticina el personaje de Kyle Chandler a través de una voz en off. A partir de ahí, cada uno de los trece episodios de Bloodline arroja luz sobre una maraña de odios, silencios y secretos de lo más oscuros que arrancan con la vuelta a casa del mayor de los hermanos Rayburn, Danny, la oveja negra, el hijo pródigo y descarriado, un renegado que provoca sentimientos contradictorios en el espectador. Un dulce para su intérprete, Ben Mendelsohn, que destaca incluso frente a grandes de Hollywood como Sam Shepard o Sissy Spacek, quienes interpretan a los progenitores de tan aparentemente modélica familia, baluarte de una pequeña comunidad de los cayos de Florida.
Bloodline nos presenta a los Rayburn, un clan hecho a sí mismo, dueños de un pequeño imperio hotelero, cuyos hijos (a excepción del malogrado Danny) contribuyen en mayor o menor medida al éxito del negocio familiar, mientras ejercen sus propias profesionales: John (Kyle Chandler) como inspector de policía, Meg (Linda Carderilli) como abogada y el hermano pequeño, Kevin (Norbert Leo Butz) como empresario local.
Es precisamente durante la celebración del 45 aniversario del hotel familiar cuando hace su entrada en escena el temido Danny Rayburn, hermano díscolo, metido siempre en negocios de dudosa legalidad, consumidor de estupefacientes, ligero con la bebida y propio a discursos poco oportunos. Pronto descubrimos su enquistada enemistad con el patriarca, Papa Ray, el que a priori se alegra menos de tener a su primogénito en casa. Aunque no el único.
Lo que en principio parece una historia algo convencional va tornándose más cruenta, oscura y compleja de lo que parecía, a la vez que conocemos detalles del pasado de la familia. Además, una de las grandes aportaciones de esta serie (sin olvidar mencionar su magnífico guión) es su maravillosa plétora de personajes, llenos de aristas y sutilezas. Los principales resultan tan cercanos y creíbles, así como la propia historia, que es difícil imaginar un desenlace diferente. ¿Qué haríamos nosotros en el lugar de ellos? Es inevitable no hacerse esta pregunta a lo largo de todo el metraje y muy difícil obtener una respuesta que nos satisfaga.
Cuando observamos a Danny Rayburn nos decimos: ¿hasta qué punto las viejas heridas de familia pueden determinar el carácter y el destino de una persona? ¿Se pueden compensar las carencias afectivas o el desamparo cuando son padecidos durante años desde la más tierna infancia? ¿Hasta dónde puede llegar la lealtad familiar? ¿Cómo de robustos son los lazos de sangre? Como dicen los actores, cada cual puede sentirse identificado de una manera u otra con la historia de los Rayburn, la de un clan que llega a recordar en ocasiones al de los Corleone o los Soprano.
En fin, cuánto menos se desvele de esta tragedia griega que es Bloodline, mucho mejor. Lo suyo es verla, disfrutarla en soledad o compañía, pero disfrutarla, paladear cada giro de la trama, cada diálogo o cada detalle. Los reclamos de esta joya de Netflix son muchos y variados. A algunos puede que les atraiga el drama que la historia rezuma, a otros los actores o la cadena, y a muchos su trama policíaca, un hilo conductor perfectamente hilvanado en medio de esta maraña de sentimientos oscuros y desgarrados, que en ningún momento resultan ajenos o faltos de humanidad.
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