En
los especiales de Navidad de Doctor Who de los últimos años hemos visto
historias entrañables y claves en el desarrollo de la serie (como la despedida
de David Tennant) y otros más ligeros (como The Doctor, the Widow and the
Wardrobe). En esta ocasión, parece que Moffat ha decidido empezar a atar
cabos sueltos—si nos fiamos por los rumores, la décima temporada podría ser la
última como showrunner—, cerrando la historia de una de sus mejores creaciones: la doctora/arqueóloga/ladrona River Song.
Sin
embargo, The Husbands of River Song no le ha hecho justicia, cayendo en
demasiadas ocasiones en chistes fáciles y en la ya manida guerra de sexos (en
la que incluso a veces parecían diálogos más cercanos al estilo matrimoniadas
que a una serie de este nivel). Conocimos a River Song en el archifamoso
episodio Silence in the Library, como una mujer valiente, preocupada por
los demás y con empatía. Moffat la ha ido desdibujando poco a
poco hasta convertirla en un personaje egoísta, casi una mala imitación del
encanto del capitán Jack Harkness.
Toda
la trama del robo del diamante nos lleva finalmente a unos diez minutos finales
que, aunque brillantes, no arreglan en desaguisado anterior: por fin vemos las
Torres Cantoras de Dirillium de las que oímos hablar por primera vez en The
Forest of the Dead en 2008. Ahí volvemos a encontrarnos con un Doctor inteligente
y emotivo al lado de la River de siempre, la que lo ha seguido durante todas
sus encarnaciones en busca de la mayor aventura sin importar el tiempo y el
espacio. Una escena genial que culmina con la entrega de ese destornillador
sónico especial con el que le salvará la vida en su futuro.
Aunque
en la etapa Moffat nada es definitivo (a la muerte de Clara Oswald me remito),
nos despedimos de la doctora Song con un resultado agridulce por lo que podía
haber sido y no fue. Jugando con las
lagunas en la historia, todavía nos quedamos con la duda de en qué momento le
revela su verdadero nombre a River, pero veinticuatro años en Dirillium dan
para muchas conversaciones interesantes…
Un final emotivo para una temporada irregular
A
pesar de lo dicho sobre el guión y la falta de interés de la trama hasta llegar
al momento final en el restaurante, el showrunner de Doctor Who
ha vuelto a demostrar que sabe cómo emocionar con los espectadores jugando con
la mitología que ha ido construyendo los últimos cinco años. Este especial pone
el broche a una novena temporada que ha estado caracterizada por numerosos
altibajos.
La
historia empezó con fuerza, reuniendo a Missy y al Doctor en una de esas
historias sobre el pasado y la necesidad de asumir los errores. Pero muy pronto
la innovación de las gafas sónicas y la guitarra eléctrica dieron paso a
peligrosos reciclajes: desde los títulos de los episodios (como The Girl Who
Died, en referencia a otros de la Etapa Pond) hasta los propios desarrollos
(las historias de Under the Lake y Sleep No More eran
prácticamente iguales, uno bajo el agua y otro en el espacio. El de los Zygon
tenía escenas copiadas totalmente del protagonizado por Matt Smith). Es
evidente que en una serie con tanta historia hacer referencias no sólo es bueno
sino necesario pero también hay que saber usarlas sin caer en la simple
repetición.
Me
sorprendí llegando a la season finale sin que hubiese pasado nada realmente
destacable. Sólo los capítulos con Ashildr (y una Maisie Williams genial
tanto en la parte humorística como en la más emocional) dejaron algo de marca. Su relación con el
Doctor a lo largo de la temporada nos dejó frases memorables como aquel “¿A cuántos companions has perdido?".
Ni
siquiera la “muerte” de Clara fue emocionante: ¡estuvieron despidiéndose ocho
capítulos enteros! Con referencias constantes a lo que iba a pasar y esa despedida
eterna en Face the Raven para luego rescatarla de forma tramposa en el
último episodio. Echo de menos las despedidas de Rose, Donna o los Pond, mucho
más impactantes porque no sabías lo que iba a ocurrir. Además, nunca supimos
exactamente quién era Clara –sigo sin saber cómo llegó de canguro a profesora
en un tiempo récord—, salvo su insistencia en que todo el mundo supiese que
había tenido un rollo con Jane Austen.
A
pesar de todo esto también hubo grandes aciertos: Desde la ya citada Ashildr hasta el regreso de Missy, que acabó de
conquistarme con su locura desatada. Pero sobre todo (y como ya había ocurrido
en la octava temporada), volvió a
destacar la imponente presencia de Capaldi que demostró en cada episodio que
puede hacer creíble cualquier guión que le pongan delante. En Heaven Sent,
con él como protagonista absoluto, fue un capítulo redondo. Sin embargo, sigo
pensando que Moffat está agotado y que debería dejar paso a un nuevo equipo que
sepa exprimir todas las posibilidades que un actor de su nivel puede ofrecer a la audiencia, posibilitando la llegada de ese aire fresco que
tanto necesita la serie.
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