¿Qué puede salir mal cuando escribes una serie sobre las relaciones humanas junto a tu mujer y decides protagonizarla bajo la guía y patrocinio de Judd Apatow (productor ejecutivo de Girls y Freaks & Geeks?)? Absolutamente nada.
Os proponemos que en cuanto tengáis un huequecito de cinco horitas para
devorar la primera temporada del último estreno de Netflix, Love, conozcáis a Gus (Paul Rust, co-creador de la serie) y Mickey (Gillian Jacobs, la eterna Britta de Community), dos
chavales ya pasada la veintena con las
dificultades emocionales que tú, yo y todo hijo de vecino atraviesa en este
nuestro querido siglo XXI.
Esta comedia romántica impregnada
del espíritu/decadencia millennial nos lleva a ese Los Angeles frío; lejos
de las playas, los surferos y la idílica visión de Hollywood. Gus es tutor de
una insufrible niña actriz en el rodaje de una serie sobrenatural de época y
Mickey trabaja en un programa de radio que no podría importarle dos mierdas
menos. Ambos están metidos en relaciones que hacen aguas por todos lados y
nosotros vamos a estar ahí para ver cómo la suya nace y también se despeña por
las escarpadas laderas del amor.
Y ahora os preguntaréis: ¿y qué se me ha perdido a mí en otra serie de dos
que se enamoran y tendrán una crisis y se reconciliarán y probablemente un hijo
por (o no) accidente y un cisma internacional cuando uno diga “te quiero” antes
que el otro y no necesariamente en ese orden? Porque Love tiene alma.
No es una romcom de gran pantalla precocinada con un formateo tipo cuyo único propósito es que las chicas arrastren a las taquillas a sus mártires novios. Love es creíble. Realista. Fiel a la verdad de los procesos cerebrales y descerebrados de cuando nos enamoramos. Que te jodan, Sandra Bullock. O la que sea que esté haciendo esas películas ahora.
No es una romcom de gran pantalla precocinada con un formateo tipo cuyo único propósito es que las chicas arrastren a las taquillas a sus mártires novios. Love es creíble. Realista. Fiel a la verdad de los procesos cerebrales y descerebrados de cuando nos enamoramos. Que te jodan, Sandra Bullock. O la que sea que esté haciendo esas películas ahora.
Love es una serie paritaria. Es el punto de
vista de tanto él como ella, sin molestarse en tratar los estereotipos de cómo
hombres y mujeres nos diferenciamos en la aproximación a un potencial romance.
Y quien dice no molestarse, dice dar una
lección de “así son las cosas de verdad” y demuestra lo obsoletos que
tenemos ya los tópicos de la ficción televisiva.
El aparente carácter pusilánime de Gus y la flagrante carencia de
autoestima de Mickey no son más que el punto de partida para dos evoluciones —o
involuciones—sorprendentemente ágiles y bien hilvanadas para la brevedad de la
temporada. Y, entre tanto, la comedia se
queda en un requisito del formato meramente accesorio. No por ello
negativo, pero si fuese un drama puro, la compraríamos mil veces también.
Si buscas una historia con corazón, de esas que entiendes y que te engullen
de tal nivel de identificación que se respira en tu salón, Love es tu plan para el fin de semana.
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