El jueves terminó la temporada más discutida de The 100, la postapocalíptica serie de la CW, y el motivo de tal polémica puede parecer algo extraño, pues, ¿cómo es posible que, en una serie en la que tiende a morir hasta el apuntador, la muerte de dos personajes haya podido causar tanto revuelo? Y digo revuelo, por no decir auténtica movilización por parte de los fans, traducida en boicots a la audiencia de la serie (que se ha resentido y mucho) y a su creador, con trending topics como "CW STOP JASON ROTHENBERG", literalmente.
La razón, en
realidad, es sencilla, y es que no todo vale. No sólo se trataba de dos
personajes muy queridos por los fans (Lexa y Lincoln) sino que las
circunstancias de sus muertes tuvieron cierto regusto a narrativa
injustificada y barata, algo de lo que pecan bastantes series. Se me
viene a la cabeza, ejem, sin ir más lejos, ejem, la muerte de Henry
Allen en el último de The Flash.
Claro que la muerte de Lexa ha abierto la puerta a algo más grande que la serie misma, algo que probablemente los escritores no habrían podido prever: la puesta en evidencia de un recurso narrativo no menos barato, como es la muerte discriminada de personajes LGTB+ en televisión, con mayor frecuencia de mujeres, por cierto. La lista es demasiado larga, gente, podéis verlo aquí, donde se recogen unos 156 personajes. Esto dio lugar a otros no menos jugosos trending topics como "Lexa deserved better" (Lexa se merecía algo mejor) y "LGTB+ deserves better" (los colectivos LGTB+ se merecen algo mejor).
No puedo evitar
entrever, bajo todo esto, un interesante fenómeno de movilización
social, hijo (eso sí) de la pop culture. Que el fin perseguido sea más o
menos noble, que lo discuta otro. Lo que está claro, por un lado, es
que hace falta estar muy indignado y muy organizado, a nivel mundial,
para twittear una queja durante horas; y, por otro, que la caja tonta
levanta debate y crea conciencia en los espectadores. En el caso de The
100, más allá de quejarse de artimañas narrativas, y de lo que los fans
ven ahora como un disfraz de serie feminista y progre, se ha despertado
una preocupación por el trato que la tele da a los personajes que no son
heterosexuales, y eso es, como poco, interesante. Otra cuestión a discutir
sería la de hasta qué punto es válida la intromisión de los espectadores
en el desarrollo de la narrativa de una serie.
En
fin, era difícil hacer balance de temporada sin mencionar la gran
convulsión social que ha despertado en los fans, ya que tal vez haya
sido eso lo más interesante de estos episodios. Porque ahora sí, ¿qué ha
pasado, esta temporada, en The 100?
El pelo de Clarke, por ejemplo. La muchacha hizo un Octavia con mucho menos acierto, y decidió convertirse en un raro cruce entre Skaikru y terrícola, lo cual conllevaba teñirse el pelo de rojo y dejar de lavárselo. Corramos un tupido velo, y ahora sin coñas. Clarke comienza la temporada siendo la temible y perseguida Wanheda o comandante de la muerte, pues la sangre en sus manos de las muertes del Mount Weahter la han convertido en portadora de un enorme poder, sobre todo a los ojos de la Nación del Hielo. Por suerte, Lexa, la verdadera Heda, la secuestra y pone a salvo (algo retorcido, pero funciona), y Clarke no tarda demasiado en perdonar su traición. Así, echas las paces, Lexa decide acoger al Skaikru y convertirlo en el decimotercer clan, lo cual no es bien recibido por los demás clanes.
Para
mejorar las cosas, en Arkadia emplean su esfuerzo en rastrear otras
partes del Arka en busca de supervivientes. Eso les lleva a
reencontrarse con Pike, la madre de Monty y otros amigos. Y aquí
comienza una de las líneas más aburridas y cansinas de la temporada.
Pike, un xenófobo traumatizado por las bárbaras maneras de los
terrícolas, convierte el exterminarlos en su cruzada y se lleva por
delante a Lincoln, y lo peor es que se hace con el control de Arkadia
con la ayuda de Bellamy.
Ay, Bellamy. Menuda involución la de este personaje. Herido por la traición de los Trikru y, sobre todo, por la decisión de Clarke de quedarse en Polis con Lexa (seamos claros), decide volverse un genocida, a lo Finn. Personalmente, ya estoy cansada de la trama de "los terrícolas son peligrosos, hay que matarlos a todos", y espero que muera junto con Pike; cuya muerte es, por cierto, uno de los pocos momentos catárticos de la temporada: muere ajusticiado por Octavia, en aras de vengar a su Lincoln.
Volvamos a Clarke, retozando felizmente en
Polis con Lexa. La felicidad dura poco porque (atención) una bala que
debería haber alcanzado a Clarke, acaba, por error, en Lexa. Una muerte
poco digna y cutre para una comandante como Lexa, pero en fin. Lo
"bueno", muy entrecomillado, es que por fin entendemos cómo funciona lo
de los comandantes y por qué Lexa puede hablar con sus antepasados.
Hablemos de Becca Pamheda y A.L.I.E. Becca fue la primera comandante de los Trikru, y la responsable del bombardeo nuclear en la Tierra que motivó la huida al Arka, en primer lugar. Construyó una primera inteligencia artificial, A.L.I.E. cuyo fin era asegurar el bienestar de la humanidad, y ese bombardeo no era sino un mal menor para acabar con la sobrepoblación terrestre. Muy maja esta A.L.I.E. En un intento por enmendar sus errores, Becca construye una segunda inteligencia artificial y se la coloca a ella misma, una especie de pulpo-chip que requiere que su huésped tenga sangre nocturna (negra). Chippeada, baja a la Tierra y ayuda a reconstruir lo que ha quedado de ella, mientras A.L.I.E. queda aislada en una isla remota.
Aquí entra
en juego el pelma de Jaha. Al final de la segunda temporada veíamos
cómo, en su absurdo y arrogante empeño por encontrar la Ciudad de las
Luces, perseguía un dron y acababa en una mansión. Pues no era otra que
la residencia de A.L.I.E. ¿Por qué una inteligencia artificial se hace
visible a Jaha antes de que éste tome siquiera el chip? ¿Estáis
confundidos? No sois los únicos. Una vez chippeado, Jaha se convierte en
la principal baza de A.L.I.E. para poblar la Ciudad de Las Luces, una
fantasía digital en la que no existe el dolor ni la tristeza. Una
especie de Mundo Feliz al que se accede tomado un chip alegórico de la
hostia sagrada, dejándonos momentos que desearía poder borrar de mi
retina en los que Jaha se pone en plan cura a depositar "el Cuerpo de
A.L.I.E." en la lengua de la gente.
En fin, ni qué decir tiene que Bellamy entra en razón y vuelve al bando de los buenos, no sin preguntarse por qué siempre se va de rositas con todas las cagadas que hace (yo también me lo pregunto, Bellamy) y con su ayuda, Clarke salva el día y detiene a A.L.I.E., colocándose la segunda inteligencia artificial y viajando a la Ciudad de las Luces, donde se reencuentra con Lexa. De paso, nos cuenta de qué irá la próxima temporada: A.L.I.E. la advierte de que el fin del mundo se acerca. Otra vez.
Aunque la segunda mitad de la temporada se
resiente y mucho, sobre todo con la muerte de Lincoln (un personaje cuyo
conflicto por no ser ya ni un Skaikru ni un Trikru me hubiera gustado
terminar de ver), la temporada se salva por seguir evolucionando ese
gran personaje que es John Murphy. Parece que la frase de Groucho Marx
"Estos son mis principios; si no te gustan, tengo otros" se hubiera
escrito pensando en él. Me quedo, sobre todo, con esa secuencia de John
encerrado en la torre por culpa de Jaha en el primer episodio, donde lo
vemos rozando la locura y la desesperación, y también, por qué no, con
sus verdades escupidas al "Guardián de la Llama" (protector de la
segunda inteligencia artificial) diciéndole que toda la mitología y
parafernalia de los Trikru se reduce a un puñetero chip.
Nada más que por Murphy, por los ovarios bien puestos de Raven y por lo muchísimo que ha dado que hablar, la temporada ha merecido la pena.
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