La espera ha sido ardua y parecía interminable, pero por fin el mes pasado HBO honró nuestras pantallas con la película de Looking, una especie de capítulo final de 90 minutos que, en teoría, pone el broche final a la emblemática serie de Andrew Haigh sobre un grupo de amigos y sus incursiones en la edad adulta, navegando las calles y surrealistas cuestas de San Francisco.
Las expectativas eran altas, pues la película se nos prometía como un premio de consolación a la conmoción inicial de que, después de tan sólo dos temporadas, el canal decidiera cancelar la serie. La sensación era y es agridulce: en una época en la que las series no hacen más que resucitar, recibir la dura noticia de que a una le llegue el San Martín es difícil de digerir. Y, en el caso de Looking se hace aún más notable, pues la serie no decepcionaba.
La mayoría de los capítulos transcurrían entre conversaciones que nos permitían asomarnos al carácter de cada personaje desde la confianza de moverse entre amigos de toda la vida, o la contagiosa emoción de estar empezando a conocer a alguien. Sus pretensiones nunca fueron más allá de eso. No había grandes tramas con giros rocambolescos o inesperados. No importaba tanto el qué pasara sino el cómo transcurriera. Y, en la mayoría de los casos, lo único que pasaba era la vida y la entrada a la madurez, un desafío que se presentaba difícil para nuestros protagonistas.
No es de extrañar, entonces, que la película trate precisamente de lo inacabable e irresoluble de esa tarea: después de nueve meses de exilio, Patrick (Jonathan Groff) vuelve a la ciudad para la boda de Agustín (Frankie J. Álvarez) y Eddie (Daniel Franzese), lo que desencadena una serie de reencuentros que le llevan a replantearse lo acertado de sus decisiones. Pese a una premisa que promete una versión 2.0 de todos los personajes principales y cierto nivel de desenlace, lo cierto es que la película se encuentra fuertemente enraizada en el característico gerundio de Looking: el cierre de un capítulo sólo significa la apertura del siguiente, y tanto Patrick, como Dom (Murray Bartlett), Doris (Lauren Weedman) o Richie (Raúl Castillo), siempre se hallarán en búsqueda continua.
Un sólo fin de semana es todo lo que necesitamos para tomar una instantánea del momento vital en que se encuentran nuestros protagonistas. Agustín, sin duda, les lleva la delantera: su relación con Eddie no ha hecho más que crecer y sacar lo mejor de sí mismo, presentándonos un Agustín muy en la onda del que ya vimos en la segunda temporada, pero más consolidado y centrado. Dom, por su parte, ha volcado todas sus energías en su negocio de comida portuguesa, en un intento por mantener su vida mirando hacia adelante y madurar, tal y como su mejor amiga, Doris, ha hecho al irse a vivir con Malik (Bashir Salahuddin). Patrick, el último constituyente del trío de oro, desprende ese tufillo inconfundible del que cree haberse ido fuera para encontrarse a sí mismo, pero en realidad simplemente ha huido. Un par de encuentros con sus fantasmas del pasado es todo lo que le hace falta para salir de su engaño.
Uno de los puntos más fuertes de Looking era el retrato de Patrick: un don cagadas cuya manera de ser gay, según Brady (Chris Perfetti), daba mal nombre a la comunidad LGBTQ+. En ese sentido, la serie encuentra en Brady un claro portavoz de cualquier crítica que pueda hacérsele a Patrick, pero lo cierto es que la serie nunca defendía sus errores, prejuicios y torpezas, sino que mostraba cómo el personaje crecía a partir de eso. Y crecer, ha crecido, sobre todo en el modo en que se relaciona con su sexualidad: es más libre, ha perdido algunas fobias y parece rayarse algo menos. Pero también respecto a sus emociones, pues parece tener menos miedo de reconocerlas y enfrentarse a ellas.
Esa evolución se cobra un alto precio: uno de los momentos más demoledores de la película es el reencuentro con Kevin (Russell Tovey) para cerrar viejas heridas y que, en realidad, no hace sino reabrirlas, dejando un picor que tarda en aliviarse. Kevin escupe unas cuantas verdades a Patrick (sus verdades, todo hay que decirlo) y hace las veces de catalizador, dando un empujoncito al recorrido emocional de Patrick de una manera algo forzosa: si el objetivo final era que éste se diera cuenta de que está enamorado de Richie, una tiene la sensación de que, quizá, haya faltado algo de metraje. Que algo se podía atisbar ya en la serie es innegable, pero el Patrick que recordamos parecía estar muy enamorado de Kevin. Y, por muy monos que sean Patrick y Richie en la película, resulta un final feliz algo repentino.
Como siempre, algunos de los mejores momentos vienen de la mano de Doris. La entrada a la adultez de Dom y ella resulta una de las más dolorosas, pues el hecho de que un par de cuarentones compartieran piso, aunque fueran mejores amigos de toda la vida, era la muestra más evidente de esa reticencia a crecer. Cuando Doris le dice que, de tener un hijo, ella siempre había pensado que sería con él, una se queda temblando, pues no podría estar más de acuerdo. Lo cual dice mucho de cuánto han avanzado estos personajes: cada uno se ha hecho cargo, por fin, de sus necesidades emocionales. Aunque, todo hay que decirlo, Dom se encuentra algo ausente a lo largo de la película.
Agustín, con su crisis prematrimonial, da voz a nuestra inquietud: todos están empezando a encajar dentro de ciertos moldes, ciertas convenciones o clichés de los que siempre habían escapado. No así Patrick, quien tranquiliza a su mejor amigo ofreciéndole una fresca perspectiva: tal vez el ser adulto consista, precisamente, en convertirse en todos esos clichés sin darse uno cuenta, y no pasa nada. La escena de Patrick y Dom en la cama (¡cómo juegan con nuestros sentimientos!), más ingenua que desesperada, en la que el primero insiste en lo fácil que sería todo si fueran dos amigos que de repente se dieran cuenta de que hay algo romántico entre ellos, ofrece el contrapunto de esto mismo: llega un momento en que esos convencionalismos son el camino fácil y seguro, pero no siempre funcionan.
No queda, pues, más remedio que seguir buscando. Lo cual, desde luego, resulta maravilloso en la medida en que Looking sigue comprometida en su retrato al natural de las cosas, pero muy fastidioso en cuanto que sólo te deja con ganas de más. Otra película, u otra serie.
No obstante, el cierre que ofrece la película es muy satisfactorio. Aporta respuestas a preguntas que ansiábamos resolver, pero también a otras que ni siquiera recordábamos ya, como saber de una maldita vez qué fue lo que hubo entre Dom y Patrick o si Frank llegaría algún día a perdonar a Agustín. Por esto y mucho más, la película, al igual que la serie, no decepciona, lo cual agrava aún más la pena de tener que despedirse.
Hasta siempre, Looking.
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