El crimen real está de moda. No sólo Making a Murderer revolvió nuestras conciencias hace algunos meses, sino que han proliferado docurealities, series y documentales sobre estos temas. Y Netflix lo vio hace tiempo, por lo que ahora nos da la carne para echarla en el asador.
Amanda Knox es la protagonista involuntaria de este nuevo documental. En él cuenta su historia y nos cuentan también la otra parte, la parte que vimos hace algunos años en los medios europeos, masticada y escupida hasta convertirse en el perfecto ejemplo de prensa amarilla.
Los personajes
Tenemos, claro está, a Amanda Knox, acusada del asesinato junto a su novio de entonces, un italiano llamado Rafaelle Sollecito, informático de profesión y un poco ratón de biblioteca. ¿Alguien recuerda cómo se llamaba la víctima? Meredith Kercher, británica, estudiante de intercambio y compañera de piso de Amanda. Yo acabo de verlo y ya se me había olvidado. Esto ocurre por la transformación que sufre tanto la persona como el personaje. La "supuesta asesina" se vuelve un imán que la convierte en el centro de interés y la deforma hasta la saciedad, atrayéndonos como moscas a la luz azul.
En un segundo plano tenemos a los agentes colaboradores: el fiscal e investigador Giuliano Mignini, el periodista del Daily Mail Nick Pisa, el jefe de Amanda Patrick Lumumba y el criminal habitual y conocido por la policía Rudy Guede. Cada uno de ellos juega su papel, aunque algunos lo hacen de forma mucho más activa.
Los hechos
Según el documental, Amanda vuelve a su casa por la mañana y se encuentra la puerta abierta y la casa un poco revuelta. Se extraña pero pasa un poco del tema y se da una ducha. Al salir se da cuenta de que la habitación de Meredith está cerrada por dentro. Intenta llamarla pero no obtiene respuesta. Llama a Rafaelle y éste viene para intentar abrir. Al no conseguirlo, llama a la policía y comunica que algo extraño pasa en la vivienda.
La policía llega y les hace salir de la casa. Echan abajo la puerta de Meredith y la encuentran en el suelo, tapada por un edredón, degollada y rodeada de sangre. A partir de aquí, todo se tuerce y se vuelve una espiral de supuestos, hipótesis, errores, coacción e interpretaciones muy subjetivas. La prensa ya ha llegado al lugar de los hechos. Graban a agentes y técnicos entrando y saliendo. Graban a Amanda y Rafaelle dándose un beso mientras esperan fuera.
El caso
Giuliano Mignini dirige la investigación. Interroga a Amanda y Rafaelle quienes afirman que estuvieron juntos la noche del crimen. Sin embargo, ese beso que se dieron mientras la policía investigaba el escenario le hace suponer que ocultan algo, así como el hecho de que Meredith estuviera tapada, algo que se considera propio de mujeres asesinas y no de hombres.
Amanda mantiene su inocencia y en ningún caso llega a admitir que hizo daño a la víctima. Afirma que por la presión policial y ciertos actos de tortura que no están grabados (o que nunca han aparecido, vaya casualidad), incriminó a su jefe, Patrick Lumumba quien, por descontado, nunca tuvo nada que ver en el asunto.
Ambos terminan dando con sus huesos en la cárcel y, desde luego, las pruebas que presentó la policía los situaba a ambos en el lugar del crimen. Pero, ¿cómo de fiables podían ser estas evidencias? Amanda vivía allí y Rafaelle había ido a verla. Era de suponer encontrar sus rastros en la vivienda.
La prensa
Mención aparte merece la prensa internacional representada en este caso por Nick Pisa, un periodista británico sin escrúpulos a las órdenes del Daily Mail. El juicio público que sufrió esta mujer es peor que el de las brujas de Salem. Los trapos sucios de Amanda fueron expuestos sin piedad por "periodistas" como este, que se justifican con una frase como "la historia era genial. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Comprobar si todo era verdad?". Se ve que el día que explicaron eso en la universidad estaba de copas.
Los medios sacaron a relucir cosas tan privadas como el diario que Amanda llevaba en la cárcel. La policía le hizo creer que había contraído SIDA y ella hizo memoria de sus parejas sexuales para ver quien pudo haber sido. Todo esto salió a la luz sin escrúpulos, nombrando a la supuesta asesina como "Foxy Knoxy" (la zorrita Knox), un nombre que ella misma usaba en Internet.
Cientos de titulares coparon las portadas de la prensa amarilla día tras día, semana tras semana. Como iba Nick Pisa a dejar de ocupar la primera plana con titulares que parecían sacados de "El Profeta" de Harry Potter? Amanda había sido condenada por la opinión pública sin oportunidad de apelar.
El juicio
¿Quién podía dudar del resultado de un juicio tan mediático? Las pruebas apuntaban a Amanda y Rafaelle. Patrick Lumumba fue absuelto y puesto en libertad. Sin embargo, un confidente de la policía dio el soplo de que Rudy Guede estaba implicado en el crimen y, en una grabación telefónica, exculpaba a Amanda.
El primer juicio les condenó y apelaron, ganando el segundo y quedando en dudosa libertad. El tercer juicio de apelación de la fiscalía les volvió a dictaminar culpables y ellos apelaron de nuevo. El tribunal supremo ordenó una investigación interna sobre la propia investigación. Ésta puso en duda tanto los métodos (análisis de ADN no concluyentes, contaminación en el laboratorio) como las propias pruebas (por ejemplo, la tira de un sujetador con ADN encontrada en la habitación de Meredith cuarenta y cuatro días después).
¿Y si fueras tú?
Esa es la pregunta que Amanda se hace y nos hace a los espectadores. El documental destaca grandes vacíos en la investigación, contaminación en los laboratorios, poco rigor en el proceso, presión a la policía de Peruggia para encontrar un culpable, filtraciones escandalosas a la prensa... Italia y su sistema jurídico y policial no quedan muy bien paradas hasta casi el final, cuando rectifican y respaldan la teoría de que las pruebas no son fiables.
Ya lo vimos en Making a Murderer y en otros documentales como The Haunting Ground: da igual lo que seas mientras alguien pueda inculparte o exculparte. Pruebas a tu favor o en tu contra, favores políticos, asuntos deportivos, presión gubernamental, etc. y un inocente atrapado en medio.
El nombre de Amanda Knox y Rafaelle Sollecito está manchado para siempre, aunque para mí, como espectadora del caso como si fuera nuevo, me queda claro que buscaban una cabeza de turco y dieron con ella. Es curioso ver un caso real y reciente del que no has sabido nada durante tantos años. Y sobre todo, verlo desde el otro lado, desde el lado de la inocente que ya nunca será libre.
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