La Edad de Oro de las series, que en mi opinión ha finalizado recientemente, no puede ser entendida sin HBO, que marca las pautas de lo que podemos llamar las "series de autor". Ficciones de una calidad técnica y artística que igualaban (y superaban) al antes inalcanzable cine. Uno de los máximos exponentes de la cadena de cable siempre ha sido Los Soprano. No es la primera vez que os hablamos de la obra de arte de David Chase y compañía, pero sin duda esta serie merece más de una mención en nuestro espacio.
A finales de los 90 HBO ya tenía en su parrilla algunas series importantes en su parrilla, como Oz o Sexo en Nueva York, por lo que su revolución televisiva ya había comenzado antes de que la familia de patos abandonara la piscina de Tony Soprano, hace ahora dieciocho años, por cierto. El famoso eslogan "It's not TV, it's HBO" ya estaba circulando y era toda una declaración de sus intenciones. Entonces llegó Los Soprano, una serie que tenía todas las papeletas para ser un exitazo (la mafia siempre funciona) y, vaya si lo hizo, pero además acabó siendo una de las ficciones más trascendentes de la historia como antes lo fueron en el cine El Padrino o Uno de los nuestros. Y la consagración de una cadena que cambió la industria televisiva americana, al menos en cuanto al cable se refiere.
Pero Los Soprano no era sólo una serie sobre el crimen organizado de New Jersey, sino algo mucho más global como el retrato de la familia y el estilo de vida americano. Además, de regalo David Chase nos introduce en la psique de un sociópata, otorgando a su protagonista una profundidad digna del mejor psicoanalista. Por supuesto, la serie revisa con mucho acierto el género mafioso, actualizándolo a nuestros días, en el que los malhechores son inmigrantes de segunda o tercera generación. Sus costumbres se americanizan, el traje deviene en el chándal y todo el romanticismo se va al garete, dejando expuesta la cara más sucia del negocio.
Os debo una sinopsis a los que no habéis podido disfrutar de la serie aún (no sabéis la envidia que os tengo). Tony Soprano (James Gandolfini), un mafioso de New Jersey sufre un ataque de ansiedad después de que una familia de patos que vivía en la piscina de su mansión se fueran para no volver. Por esta razón, empieza a ver a la psiquiatra Jennifer Melfi (Lorraine Bracco) pero tendrá que mantenerlo en secreto para no crear una impresión de debilidad ante sus compañeros de fechorías. Durante toda la serie, Tony tendrá que lidiar con los problemas que se presentan en su familia, el trabajo y consigo mismo.
No me negaréis que la historia es atractiva contada en unas pocas líneas pero lo más importante de Los Soprano son sus personajes, a todos los niveles. Sobre todo Tony, uno de los personajes más complejos que jamás haya visto. Sus múltiples dimensiones como mafioso, padre, esposo, hijo, paciente o asesino nos componen a un personaje del que creemos conocerlo todo y sin embargo consigue sorprendernos siempre. El espectador se siente incapaz de comprender en ciertas ocasiones qué le mueve a hacer las cosas que hace, y así seguimos aprendiendo de él. De esta forma, Chase consigue penetrar muy hondo en su personaje.
Por supuesto, el suyo no es el único gran personaje de la serie y, por supuesto, Tony no sería quien es de no ser por sus apoyos. Hay que destacar entre el amplio catálogo a Carmela (Edie Falco), su esposa, la supuesta voz de la conciencia del protagonista que se va mostrando a medida que avanza la serie como una persona hipócrita y acomodada en un estilo de vida mientras hace la vista gorda sobre los negocios familiares. En este paquete podemos englobar a sus hijos Meadow y A.J, ejemplo de niños ricos malcriados y carentes de la atención necesaria. Como buen antihéroe, Tony también tiene conflictos con su madre, su hermana, con su tío Junior (Dominic Chianese), y con su ambicioso sobrino Christopher Moltisanti (Michael Imperioli). Estos siempre serán una amenaza para él. Tampoco podemos olvidar a los mafiosos, imprescindibles para el género, como Paulie (Tony Sirico) o Silvio (Steven Van Zandt), poseedores de todos los tópicos del cine clásico de mafiosos.
Ya hemos comentado la maestría con la que toda la historia está escrita, lo bien ejecutadas que están las tramas y la multidimesionalidad de los personajes. Y aquí el mérito es de David Chase, un productor ejecutivo que pudo controlarlo todo gracias a la libertad creativa que le dio HBO. Se juntó con un equipo de guionistas espléndidos, hasta el punto que de aquella writers room salieron los showrunners de otras de las mejores de la última década, como Terence Winter (Boardwalk Empire, Vinyl), Matthew Weiner (Mad Men) o Todd A. Kessler (Bloodline, Daños y Perjuicios).
Los Soprano se convirtió en una de las obras de arte más importantes del siglo XXI y muchos la consideramos la mejor serie de la historia de la televisión, con permiso de The Wire. Desde su original punto de partida hasta su polémico final, se trata de un drama construido sobre cimientos sólidos, no sólo en cuanto a la historia, sino también por la profundidad casi académica de la psicología de los personajes. Asimismo, Chase aprovechó el trasfondo mafioso para contarnos cómo es ese país formado por inmigrantes y qué es eso que llaman "el sueño americano".
Pero Los Soprano no era sólo una serie sobre el crimen organizado de New Jersey, sino algo mucho más global como el retrato de la familia y el estilo de vida americano. Además, de regalo David Chase nos introduce en la psique de un sociópata, otorgando a su protagonista una profundidad digna del mejor psicoanalista. Por supuesto, la serie revisa con mucho acierto el género mafioso, actualizándolo a nuestros días, en el que los malhechores son inmigrantes de segunda o tercera generación. Sus costumbres se americanizan, el traje deviene en el chándal y todo el romanticismo se va al garete, dejando expuesta la cara más sucia del negocio.
Os debo una sinopsis a los que no habéis podido disfrutar de la serie aún (no sabéis la envidia que os tengo). Tony Soprano (James Gandolfini), un mafioso de New Jersey sufre un ataque de ansiedad después de que una familia de patos que vivía en la piscina de su mansión se fueran para no volver. Por esta razón, empieza a ver a la psiquiatra Jennifer Melfi (Lorraine Bracco) pero tendrá que mantenerlo en secreto para no crear una impresión de debilidad ante sus compañeros de fechorías. Durante toda la serie, Tony tendrá que lidiar con los problemas que se presentan en su familia, el trabajo y consigo mismo.
No me negaréis que la historia es atractiva contada en unas pocas líneas pero lo más importante de Los Soprano son sus personajes, a todos los niveles. Sobre todo Tony, uno de los personajes más complejos que jamás haya visto. Sus múltiples dimensiones como mafioso, padre, esposo, hijo, paciente o asesino nos componen a un personaje del que creemos conocerlo todo y sin embargo consigue sorprendernos siempre. El espectador se siente incapaz de comprender en ciertas ocasiones qué le mueve a hacer las cosas que hace, y así seguimos aprendiendo de él. De esta forma, Chase consigue penetrar muy hondo en su personaje.
Por supuesto, el suyo no es el único gran personaje de la serie y, por supuesto, Tony no sería quien es de no ser por sus apoyos. Hay que destacar entre el amplio catálogo a Carmela (Edie Falco), su esposa, la supuesta voz de la conciencia del protagonista que se va mostrando a medida que avanza la serie como una persona hipócrita y acomodada en un estilo de vida mientras hace la vista gorda sobre los negocios familiares. En este paquete podemos englobar a sus hijos Meadow y A.J, ejemplo de niños ricos malcriados y carentes de la atención necesaria. Como buen antihéroe, Tony también tiene conflictos con su madre, su hermana, con su tío Junior (Dominic Chianese), y con su ambicioso sobrino Christopher Moltisanti (Michael Imperioli). Estos siempre serán una amenaza para él. Tampoco podemos olvidar a los mafiosos, imprescindibles para el género, como Paulie (Tony Sirico) o Silvio (Steven Van Zandt), poseedores de todos los tópicos del cine clásico de mafiosos.
Ya hemos comentado la maestría con la que toda la historia está escrita, lo bien ejecutadas que están las tramas y la multidimesionalidad de los personajes. Y aquí el mérito es de David Chase, un productor ejecutivo que pudo controlarlo todo gracias a la libertad creativa que le dio HBO. Se juntó con un equipo de guionistas espléndidos, hasta el punto que de aquella writers room salieron los showrunners de otras de las mejores de la última década, como Terence Winter (Boardwalk Empire, Vinyl), Matthew Weiner (Mad Men) o Todd A. Kessler (Bloodline, Daños y Perjuicios).
Los Soprano se convirtió en una de las obras de arte más importantes del siglo XXI y muchos la consideramos la mejor serie de la historia de la televisión, con permiso de The Wire. Desde su original punto de partida hasta su polémico final, se trata de un drama construido sobre cimientos sólidos, no sólo en cuanto a la historia, sino también por la profundidad casi académica de la psicología de los personajes. Asimismo, Chase aprovechó el trasfondo mafioso para contarnos cómo es ese país formado por inmigrantes y qué es eso que llaman "el sueño americano".
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