Cuando, al final de su episodio piloto, This Is Us puso las cartas sobre la mesa y admitió que no era una serie sobre cuatro desconocidos que comparten cumpleaños sino un drama familiar, hubo quien se sintió estafado, pero está claro que la gran mayoría del público lo recibió con los brazos abiertos. La televisión anda escasa de dramas de personajes que apuesten por la emotividad y el realismo (dentro de unos mínimos), y This Is Us podía llenar ese hueco a la perfección.
¿Su referente no confeso? Jason Katims, que en Parenthood y Friday Night Lights perfeccionó el arte de hacer que una familia pareciese real y sus problemas —que muchas veces eran de todo menos corrientes— se nos antojasen extremadamente cotidianos. This Is Us ha apostado decididamente por esa autenticidad, algo que se nota ya desde la dirección, que recuerda mucho a la de las series de Katims. Además, tenía a su favor un gran reparto en el que destacan Sterling K. Brown y Mandy Moore pero en el que todos están, como mínimo, correctos.
No obstante, 18 episodios después, no se puede decir que This Is Us haya logrado ser esa serie natural que aspiraba a ser. De hecho, lo que impide que sea tan buena como sus antecesoras es, precisamente, lo artificial que es todo. No importa que las historias que quiera contar cada semana sean muy humanas, porque detrás de cada episodio se puede ver claramente el esquema del guión: todo está al servicio de la siguiente revelación o del gran momento dramático del final del capítulo.
Es una serie esclava de su estructura narrativa que sobreestima lo interesantes que son Jack y Rebecca (no lo son demasiado) y no tiene miedo en dedicarles episodios enteros, que aportan entre poco (el final de temporada, que además nos vendía humo) o nada (The Big Day) al relato. This Is Us prefiere dedicar minutos y minutos a contarnos lo perfecta que era la familia Pearson cuando Jack aún vivía que escribir alguna trama para Kate que no esté relacionada con su peso o darle más protagonismo a Beth, la mujer de Randall, que es todo un diamante en bruto y brilla siempre que tiene la oportunidad.
El final de temporada es, sin duda, un bajón tras los dos capítulos anteriores, que fueron los mejores de esta primera entrega: Memphis no sólo es un episodio muy triste, sino también una interesante exploración del pasado de William; mientras que What Now? aprovecha muy bien su funeral para reunir a todos los protagonistas en una misma habitación (algo que ocurre demasiado poco a menudo) y resolver algunos conflictos que quedaban en el aire.
Pero que estos dos episodios sean tan buenos sólo evidencia lo descompensada que está This Is Us: mientras Randall, ya sólo por lo que ha supuesto para él ser el hijo adoptado a nivel de inseguridad, es un personaje muy interesante, el resto se queda muy atrás. La trama de Kevin ha tenido sus momentos, pero cuando los guionistas toman la vía rápida y hacen que Ron Howard le llame para protagonizar su próxima película tras una sola función de su obra de teatro, es difícil tomársela en serio. Kate es esclava de su peso hasta niveles que resultan agobiantes y deprimentes, y está atada a un personaje francamente insoportable como es Toby.
Y Jack y Rebecca, que son el nexo de unión de la serie, han tenido grandes escenas como padres y como personajes individuales (la comida de Rebecca con su madre, el momento Vogue de Jack con Kate…), pero como pareja no pueden ser menos apasionantes. Milo Ventimiglia es la estrella de la serie, pero no sería mala idea sacrificar los flashbacks en algún episodio y dedicarse a cimentar mejor el presente: es difícil asimilar que los tres protagonistas son hermanos cuando interactúan tan poco.
This Is Us es todo un éxito de audiencia, pero no puede dormirse en los laureles si quiere conservar su público. Estos fallos se perdonan en una primera temporada, cuando también los espectadores ponemos de nuestra parte para que una serie nos guste, pero van pesando más con el paso de los años y pueden ser lo que acabe haciendo que nos hartemos de ella.
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