El papel que los medios de comunicación tienen en la sociedad abarca casi toda la percepción que su audiencia recibe sobre un ideal en concreto. El dibujo de los arquetipos femeninos y masculinos se ha nutrido a través de la industria comunicativa, y la televisión es una vía directa para transmitirlos. El espectador se identifica con la caracterización presentada en las series y las relaciona directamente con sus situaciones cotidianas de manera que interioriza el comportamiento de los personajes que aparecen en la pequeña pantalla. Por ello, el movimiento feminista se ha servido recientemente de la televisión para establecer una imagen digna y justa del ideal de la mujer con series protagonizadas, escritas y dirigidas por mujeres para comunicar un discurso reivindicativo y a su vez correcto. Al mismo tiempo, la situación del canon masculino se ve sacudida por la construcción de esta nueva ficción televisiva y está siendo testigo del surgimiento de nuevos arquetipos, dirigidos a la denominada masculinidad liberada, que suplantan cada vez más a los ideales antiguos, marcados sobre todo por el individualismo masculino, la actitud dominante, el sexismo falocrático o el propio sentimiento de apropiación.
El androcentrismo ha moldeado los personajes más icónicos de la televisión, de una manera u otra, y ha contado con una presencia justificada por la libertad del personaje y defendido por el éxito final que el espectador espera ver en él. El ejemplo más sencillo es la relación entre Walter y Skyler White en Breaking Bad. El antihéroe interpretado por Bryan Cranston cosechó una multitud de fans mientras que su esposa, interpretada por Anna Gunn, se labró una horda de odiadores. Explicado rápidamente, se resume en que el personaje de Skyler se relacionaba con una naturaleza irritante, ya que limitaba en cierta manera a Walter en sus negocios de traficante de metanfetamina. Gunn defendió al personaje que interpretaba y lanzó la pregunta de que el odio generado hacia Skyler se podía relacionar con la imagen tradicional de esposa que alguna parte de la audiencia podría tener en mente y, yendo más allá, con el propio ideal de mujer. Tanto Walter como Skyler se preocupaban por el futuro de su familia, solo que chocaban a la hora de decidir cuál era el más conveniente. La oposición que Heisenberg encontró en su esposa se tomó como una característica propia de una antagonista, cuando Skyler no era más que un personaje femenino que no se había decantado por la idea de callarse y aguantar las acciones de su marido, el protagonista masculino.
La fuente de esta problemática surge de la industria misma al no ofrecer unos personajes femeninos que posean las mismas libertades que sus compañeros: se justifican los errores de los hombres pero a las mujeres se les define por haberse equivocado. A Skyler le llovieron críticas porque no se “divorciaba de Walter si tanto le molestaba lo que hacía” o que “no podía quejarse porque había engañado a su esposo con Ted” (en un momento donde el personaje de Gunn no pintaba nada dentro de la vida personal del Walter). Esta errónea caracterización del personaje femenino ha contado con la participación de otras grandes series, la más actual siendo The Walking Dead, la cual también presentó a Lori con una calificación de pedante o incluso de estorbo para los planes y sentimientos de Rick, el héroe de la historia. Mad Men justifica el comportamiento machista del mismo Don Draper por su perfil de excelente publicista y defiende el trato hacia su esposa, y al concepto de mujer en general, por el amor hacia sus hijos y por básicamente poner el pan en la mesa.
El problema tratado en este artículo no se justifica por la denotación de antihéroe que poseen sus protagonistas, dado que es entendible, debido a la sociopatía que sufren los personajes principales, la necesidad de otorgar ciertos valores a personajes que en la vida real se podría concebir como incorrectos (por ejemplo, el hecho de que la esposa que vela únicamente por el bienestar de su familia sea considerada la antagonista de la historia, como Skyler White), pero la decodificación que lleva a cabo la audiencia, tanto genérica como particular, a partir de los mensajes transmitidos revela el verdadero discurso de estos productos serializados.
El problema tratado en este artículo no se justifica por la denotación de antihéroe que poseen sus protagonistas, dado que es entendible, debido a la sociopatía que sufren los personajes principales, la necesidad de otorgar ciertos valores a personajes que en la vida real se podría concebir como incorrectos (por ejemplo, el hecho de que la esposa que vela únicamente por el bienestar de su familia sea considerada la antagonista de la historia, como Skyler White), pero la decodificación que lleva a cabo la audiencia, tanto genérica como particular, a partir de los mensajes transmitidos revela el verdadero discurso de estos productos serializados.
La manera en la que se ha representado al hombre se ha tenido que comprometer siempre con unos parámetros específicos, pero la presencia de personajes masculinos dentro de las producciones actuales ha ofrecido una visión bastante más realista y personal del hombre. En Transparent, Jill Solloway ofrece una representación bastante diferente sobre la masculinidad tanto con el personaje de Maura, interpretado por Jeffrey Tambor, como con Joshua, llevado a la vida por Jay Duplass. Una característica importante de la serie es que demuestra una estabilidad dentro del personaje transexual que el sector cisgénero no posee. Es decir, Maura sabe desde siempre quién ha sido y cómo desea mostrarse a su alrededor mientras que todos los problemas relacionados con el yo interior se trasladan a sus hijos. El personaje de Duplass posee una vida marcada por la indecisión y la inseguridad por someterse a unos parámetros sociales previamente establecidos mientras que es Maura quien decide salirse y es quien encuentra (dentro de lo que cabe) la tranquilidad consigo misma. Joshua no se adapta al dibujo típico del hombre en la ficción televisiva, el personaje lo sabe y no se siente integrado en una sociedad donde lo masculino se relaciona con el poder y un liderazgo sobre el sector femenino, por lo que se ve perdido en una serie donde lo que va en contra de lo establecido encuentra la tranquilidad, precisamente para transmitir un discurso que está a favor de cuestionarse todo aquello que viene planteado a través de una visión heteropatriarcal.
La recientemente acabada Big Little Lies también ha aportado una visión renovadora al canon masculino televisivo. El personaje de Adam Scott representa a un marido y padre bastante más cercano a un ideal basado en una personalidad más comprensible y sin la necesidad de conocer todo aquello que hace Madeline (Reese Witherspoon), su esposa. Sí que tiene ciertas secuencias en las que ve necesario establecer una postura de hombre dominante, como cuando se enfrenta al exmarido de su mujer, Nathan. Pero acaba por alejarse de un papel notoriamente inútil para centrarse en su propio matrimonio, y justificar un final marcado por la lucha en conjunta de las mujeres protagonistas contra un mismo objetivo, solas simplemente por el hecho de que no necesitan ayuda. Pero por otra parte, también se ha ofrecido una visión bastante fresca sobre la figura del manipulador en la misma serie. El personaje de Perry (Alexander Skarsgård) dibuja un arquetipo tan real que destaca precisamente por mostrar a la perfección una situación tan verídica como horrible. La manera en que la serie de David E. Kelley advierte sobre esta figura masculina también da a conocer una representación totalmente nueva del hombre, donde no se justifican sus acciones sino que se crean precisamente con un fin crítico. La nueva masculinidad dentro de este ámbito se basa en representar sin tapujos lo más desagradable de la sociedad.
La importancia de este cambio en la construcción de un ideal masculino recae, sobre todo, en la necesidad de crear un arquetipo que sea capaz de congeniar con una estructura social donde la mujer se representa como un sujeto activo, independiente, sexual y políticamente libre. Al fin y al cabo, el discurso que se debería compartir es siempre la aceptación y la verdadera libertad para ser cómo uno es dado que, por razones obvias, no se debería dibujar modelos o ideales relacionados únicamente con el comportamiento de unos pocos, y más aún limitar el concepto de masculinidad a unos rasgos donde la dominación, el aspecto físico y la dificultad a la hora de expresarse sean las características típicas del hombre. La televisión, como medio para representar una sociedad, cuenta con este papel de poder forjar un discurso más ameno y revelador de una sociedad futura y cada vez más lejana del androcentrismo. El espíritu crítico que debe moldear y fomentar se basa en este único objetivo. Está claro que también hay lugar para el mero entretenimiento y la fantasía dentro de la industria pero no se debe olvidar el poder que puede llegar a tener hasta la más simple ficción a la hora de introducir concepciones tan básicas como la definición del hombre.
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