Con Netflix no estamos todo lo contentos que estábamos hace un par de temporadas. Las novedades semanales dejan más que desear que alegrías nos llevamos para el cuerpo, la desvirtuación de la marca es más que patente y, vamos a decir las cosas claras, hay viernes en los que el catálogo se amplía más bien para hacer chistes que para generar algún tipo de ruido. Pero esta semana nos hemos llevado la sorpresa. Parecía que no, parecía que estábamos ante otra Netflix Original que iba a ser escondida en la marabunta de material de la plataforma. Pero Ozark ha sabido desmarcarse.
Ozark, desapercibida y carente de campaña por aquello de no ser hija de Marvel, venía precedida por una premisa no particularmente excitante: un padre y marido que pone a su familia en peligro por culpa de sus negocios sucios con un cártel de la droga. Para blanquear los millones que se le deben al sanguinario capo mejicano de turno, este ejemplo a seguir opta por mudar a toda su familia de Chicago a un pueblo del sur de Estados Unidos donde pueda invertir en negocios cuyas cuentas inflar fácilmente.
Seguimos con la droga, seguimos con los varones blancos antiheróicos liándola, seguimos con las esposas dolientes y los niños insufribles. Esta actitud francamente decadente es con la que nos enfrentábamos al primer episodio de este regalo de sombrío envoltorio. Ahora, la realidad:
La carta de presentación no era la óptima. Las primeras impresiones de Marty Byrde, el asesor financiero y blanqueador de capitales en sus horas libres al que interpreta Jason Bateman (Arrested Development) y que encabeza Ozark, eran un gran "más de lo mismo". Pornografía y falta de vergüenza en horario laboral componen una aparición inicial que resultaba de todo menos arrebatadora. Unos pocos minutos más hacían falta para levantar la vista de la pantalla del móvil y ver en la televisión que quizás Ozark tenía intenciones más intensas para el espectador que el mismo thriller en su enésima edición.
La historia del corrupto Marty, el amigo de los niños, se reconvierte veloz en el retrato de una América profunda que se niega a extinguirse. La de los clásicos rednecks, la white trash en su más ignorante de las expresiones, las familias desestructuradas en las que probablemente tus padres sean a la vez tus primos y tus tíos y la violencia que siempre se antepone al más simple de los ejercicios racionales que sólo un par de ilustres hijos del pueblo es capaz de ejecutar. La progresiva ampliación del reparto compone un tablero que entremezcla los habitantes de la zona, los miembros del cártel y los federales en busca de destapar la trama. No faltan ingredientes para desterrar la noción de telefilme doméstico, que automáticamente queda relegada a un tercer plano dando gracias.
Ozark aprovecha este marco cultural incomparable para lanzar a una familia de clase media alta a desenvolverse en el drama criminal. Cuatro peces fuera del agua que son abandonados en lo salvaje en un “ganas o mueres” tan feroz como otros juegos televisados de primera categoría. Y ése es otro de los gratos giros que no vamos a evitar adelantaros sobre Ozark: no se andan con triquiñuelas desgastadas para que el patriarca siga ocultando en cada desayuno la realidad de este peculiar año sabático que los Byrde tienen que tomarse. Todos son partícipes del objetivo y todos se enfrentan a esta barbarie contemporánea de pueblo y mafia en sus proporciones particulares. Y aquí, por poner un ejemplo, entra en juego la facilidad con la que un niño de trece años puede adquirir un fusil de asalto en Muricah, entre otros temas controvertidos que Ozark explota con suma fuerza.
La serie la firman Bill Dubuque y Mark Williams, un dúo prácticamente novato en campos televisivos pero al que sin duda seguiremos la pista de aquí en adelante. En términos de reparto, a Jason Bateman se le une una Laura Linney (The Big C) que resulta perfecta en su papel de madre a la que no llamar Skyler. Fácil es la comparativa con Breaking Bad. Fácil y debida, pero los referentes por suerte se quedan en eso y pronto viran hacia una identidad propia. Destacamos también el papel de Julia Garner (The Americans) como antagonista que os encandilará si sois afiliados a ese género de jóvenes villanos en apariencia inofensivos que aterran y fascinan a partes iguales.
Esa estética de nordic noir —gélida y oscura como ella sola gracias al presupuesto en filtros que el director de fotografía encontró bastante generoso— sienta como una patada en el pecho a finales de julio, pero el desarrollo de toda la trama a nivel local, las implicaciones idiosincrásicas y las tensiones entre tan selecto grupo de moradores entran como el agua independientemente de la época del año. El ritmo y las imágenes de la brutalidad más desmedida que nos ha dejado Ozark la convierten en un acierto indiscutible no apto para estómagos sensibles.
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