A mediados de los 90, yo pertenecía a ese grupo de la audiencia generalista que, a falta de las grandes comedias de los canales privados, nos consolábamos con la sitcoms americanas que se echaban antes de cenar en La 2 y con los dos capítulos de Friends que Canal+ nos regalaba después de comer. De todas las series que vi en esa franja de La 2 (Cooper, Ellen, Matrimonio con hijos...), para mí la mejor siempre fue Will y Grace. Su tono irreverente y descocado, su crítica social, su concepto de la sexualidad... Eran elementos que no podías encontrar en ninguna serie española del momento.
Cuando escuché que la serie volvía después de diez años, reconozco que tuve algo de miedo. Los reboots nunca han sido de mi agrado. Creo que cuando una buena serie acaba debe cerrarse y ya, pero algo me decía que tenía que verla y, efectivamente, lo hice.
¿Te imaginas poder viajar en el tiempo más de diez años? Pues eso fue lo que sucedió. El tono, el estilo, el ritmo, los diálogos... la esencia de Will y Grace seguía siendo exactamente la misma de entonces hasta el punto de que me sorprendí al mirar a mi alrededor y ver que ni estaba en mi casa ni tenía trece años. Fue mágico. Los personajes seguían siendo ellos mismos, nunca habían desaparecido, solo se habían congelado.
Aunque el final oficial de la serie tuvo que ser cambiado para darle continuación, el trabajo ha merecido la pena. David Kohan y Max Mutchnick han logrado rescatar la popular sitcom sin perder nada de su brillantez original. Sí que es verdad que no me gustó mucho el capítulo dedicado a Trump (aunque, por otro lado, era obligatorio) y que noto al personaje de Karen un poquitín más suave y bondadoso de la cuenta pero, por lo demás, todo sigue igual. Otro de los elementos diferenciadores es que en esta nueva edición se da más protagonismo a los líos amorosos de Will que de Grace, lo cual para ciertos colectivos es de agradecer.
¿Vería la nueva Will y Grace si no la conociese de antes? Probablemente no. Por muy ingeniosa que siga siendo la serie, evidentemente, ya no resulta tan rompedora como antes. Por un lado porque usa un formato que está un poco pasado de moda como es el de la sitcom y, por otro, porque uno de los elementos que lo llevó al éxito en su momento fue la representación del colectivo LGTB y ahora, afortunadamente, eso ya no resulta tan original.
De todas formas, os animo a todos a verla (ya ha sido renovada por una décima temporada). A los que ya la conocían, les aseguro que no les va a decepcionar ni van a echar de menos la edición de hace diez años. Y a los que no la conocían, les invito a que lo hagan desde el principio, porque una vez que este grupo disparatado de amigos entre en sus cabezas, es muy posible que no puedan volver a dejarlo salir.
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