Parecía que iba a ser un episodio normal y corriente cuando veíamos a Meredith empezar la mañana haciendo recuento de su inestable número de hijos. Cinco, si no he contado mal. Esa guardería que tiene por residencia prometía alguna enfermedad pediátrica entretenida, pero no, pronto ha llegado la cruda realidad recordándonos que hoy tocaba meter con calzador el spinoff sorpresa e innecesario que ABC quería sacarle a Shondaland antes de su fuga a Netflix.
Como ya en su día hicieron con la serie de Addison, que Dios la tenga en su gloria —a ella, porque la serie nos la trae al fresco—, diez temporadas después nos aprietan por la garganta un segundo vástago protagonizado por un personaje que nadie quiere en el hospital. O por una tal Andy Herrera, que no tenemos muy claro el nivel de afecto que la sociedad va a profesarle, pero la han querido vender como una Meredith bombera de manera muy cansina.
Respecto a promocionar una serie de dudosa calidad sólo trayendo a un personaje y ni siquiera mostrando el entorno donde va a desarrollarse no vamos a comentar nada. Ya rajaremos del piloto cuando toque. Y no esperéis piedad. Lo que es verdaderamente bochornoso es que cuando un niño entra en parada porque tiene una hemorragia interna, tú te pongas a meter datos sobre tu pasado y tu relación con tu padre y el cuerpo de bomberos porque te quieres presentar a la audiencia. Si el guión de esta chica es una torsión testicular antes de empezar siquiera la serie, los palos que le vamos a dar en su momento van a ser pocos, ya te lo digo yo.
Sobre la serie que nos incumbe: hablemos de Amelia. Tras su tumor, digievolución o involución, Amelia retoma el protagonismo patrocinada por ese señor tan molesto que la operó, la formó, la penetró y equis verbos más. Fíjate que, por lo general, los pseudovillanos de esta serie suelen estar entretenidos. De nuevo, Dios tenga a Addison en su gloria. Este señor tiene una absoluta carencia de carisma y sencillamente es un grano en el recto con tendencia al descalificativo gratuito sin ningún tipo de salero. ¿Llamar Adam a Alex es lo mejor que da de sí? Bueno, y querer zumbarse a la becaria pesada que le han colocado a DeLuca. Este señor es un suma y sigue de despropósitos.
¿Otra que está en modo despropósito? La Dra. Party. April Kepner prosigue su vorágine de desajuste existencial y ahora pasa a ser la comidilla de todos los internos. Está siendo algo así como la universitaria que se niega a graduarse y pervierte a los novatos en noches de alcohol y desenfreno cuando no se da cuenta que está rozando ya la cuarentena y quizás debería sentar la cabeza por aquello de la vergüencilla ajena, ¿sabéis? Vivan las mujeres libres. Libres domingos y domingas. Pero consistentes en el desarrollo del personaje también, por favor y gracias.
Cerramos el repaso de la consistencia con un deseo para la semana que viene. En vista de que tenemos una casual conferencia con un doctor de Madrid —orgullo patrio, orgullo de Carmena, orgullo de la mejor agua del grifo de la galaxia— y que vivimos en un universo ficticio donde una muy torpe becaria de medicina no sabe español (cuando seguro que Gafas sabría, porque Gafas es amor), ¿os atrevéis a apostar el acento del susodicho médico y su equipo para la semana que viene? ¿Serán interpretados por unos amables señores venezolanos con deje mejicano o nos sorprenderá por primera vez en la historia de la serie la aparición estelar de la Señora Verosimilitud? Qué será, será.
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