No se sabe quién lo pidió y, sin embargo, aquí está. El trágico segundo spin-off de Anatomía de Grey que absolutamente nadie quería ver aterrizó la semana pasada en Estados Unidos con dos episodios de presentación tras el backdoor pilot que le colocaron a la serie madre a la fuerza. Dos episodios que, en absoluta confianza, os voy a confesar que no he podido terminar. Perdí 50 minutos y, me vais a disculpar, no estaba por la labor de sacrificar 30 más cuando ellos ni se molestaron en dar un estreno doble bien empastado. Dos episodios puestos juntos para soltar lastre y reconfirmar las sospechas: Shonda quiere dinamitar la ABC y salir corriendo a Netflix a la de ya.
Brevemente resumido: Station 19 es tal cual Anatomía otra vez, pero calcándola de su 14ª temporada, desde luego no saliendo de las primeras cuando había Emmys y Globos. Mismos planos de ubicación de Seattle, una banda sonora de músicos desconocidos intensitos para que los derechos salgan más baratos, la voz en off de una protagonista a toda costa concentrada en resultar simpática (cuando todos sabemos que Meredith Grey lo mola todo por importarle tres mierdas el mundo en general), efectos especiales muy deficientes y un presupuesto patéticamente enmascarado. Si os atrevéis con Station 19, que sepáis que vais a ver una serie de bomberos sin fuego. Sólo humo muy mal diseñado y ceniza, porque no da la cosa para más. Al menos los otros con ketchup y órganos de plastilina salvaban las apariencias.
Cierto es que alguna campana oyeron cuando optaron por tener un amplio reparto de secundones —entre los que aparece un chavalín de The Catch que debió caer en gracia— para cuando la protagonista no tiene mucho que aportar. Lo cual es ya. ¿Qué sucede? Que no se molestan en presentarlos. Son figurantes con como mucho un par de líneas y confían en que esa ingenua Meredith de mercadillo con un amante prepotente y un ex-novio/mejor amigo simpaticón pueda sostener las intrigas de parque. Spoiler: no lo consigue.
Lo gracioso e incluso sorprendente es que Ben Warren, quien se escinde de nuestro folletín médico favorito, queda relegado a un papel bastante reducido basado en repetir de qué serie viene como si alguien tuviera que recordarle a la audiencia a grito pelado que, por favor, si les gusta Anatomía de Grey, no cambien de canal, de rodillas se lo pedimos, porfaplís. Como si la gente no supiese que Warren era un mueble en la otra serie, el 'consorte de' que nadie se enteraba cuando no salía y, en definitiva, una mala decisión para darle un spin-off. Y a la vista está que antes se lo han dado a la otra pobre desgraciada del póster.
¿Qué más se puede destacar de este episodio y cuarto que le ha quitado las ganas de vivir a un servidor? Que, curiosamente, la mejor comparativa va a ser con 911 y no con Grey. ¿Cómo te quedas? Yo muerta en la bañera. Station 19 comparte muchas similitudes con ese procedimental de sobremesa de Ryan Murphy: varios casos consecutivos en un episodio malamente hilados con las cuestiones personales de los curritos, una manía muy extraña por que los bomberos coman todos juntos en una cocina espléndida cual Acción de Gracias constante y poco afán revolucionario. En Station 19 prescinden de la impagable labor de Connie Britton al teléfono, al igual que de las situaciones locas salidas de la cabeza de ese magnífico sádico alopécico y el look bastante más atractivo de la ficción de FOX. Lo que viene a ser una serie que es la versión pobre de muchas otras. Todo un logro de etiqueta, la verdad sea dicha.
El último intento a la desesperada con el que nos deleita esta primera entrega de Station 19 no es otro que la presencia de Meredith Grey y Miranda Bailey. Los bomberos, por si invadir hace un par de episodios el Seattle Grace Mercy Death fuera poco, vuelven en su primera hora volando en solitario para lucir a dos iconos de Anatomía. Sobra decir que lógicamente ellas son lo más interesante y que esto huele a crossovers cada quince días para traspasar audiencia sea cual sea el precio. Ver el nombre de Ellen Pompeo como special guest star después de ese bochorno de cabecera es de lo poco que puede evitar que te replantees la gestión de tu tiempo de ocio, y lo saben.
El spin-off de Addison pudo salvarse con su encanto californiano y aquello de que era 2007, pero este vástago se estrella por el simple hecho de apestar a involución televisiva y desgana. Tiene un regusto chungo al "Anatomía de Grey es un cruce entre Sexo en Nueva York y Urgencias" que tanto desgastamos en su día. "Y ahora hacemos lo mismo pero cambiando el gremio". Una carta de presentación basada en argumentos usados en 2005 con ejemplos de los años 90 a finales de marzo de 2018. Todo absolutamente aceptable y para nada anacrónico.
Las audiencias no acompañaron al estreno, que quedó por debajo de Chicago Fire, por seguir con las comparativas dañinas. No nos dieron el gusto de saber la diferencia entre el primer y el segundo episodio, pero con estas pocas conclusiones nos apañamos. Ya son cuatro las series consecutivas con las que la productora de Rhimes y sus guionistas predilectos no hacen más que decepcionar. Por suerte ésta es ya la última y lo próximo será ella solita en Netflix. Por fin.
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